Convertir una tormenta inesperada
en una catarata mágica,
cocinar un festín de galletas con barro,
y con tres cachivaches montar una tienda.
Sonreír por la voz aliviada de una voz conocida
que te evoca mil juegos, una casa y un beso.
Reposar, vulnerable, en abrazo seguro.
Sollozar sin vergüenza hasta caer dormido,
para alzarte mañana invencible de nuevo.
Preguntar sin descanso,
sediento de respuestas.
Curiosear inquieto en todos los rincones.
Y descubrir al mundo, al otro, un Dios.
Y gritarlo muy alto, y pintarlo con ceras
y decirlo a los tuyos,
y empezar a crecer…
para un día distante,
recordar la tormenta,
la galleta de tierra,
la tienda de papel,
esa voz conocida de juego, casa y beso,
la pregunta constante y el rincón ignorado.
El mundo te llama, el otro siempre en torno,
y ese Dios que, de nuevo te seduce y te envía,
a gritarlo muy alto,
a pintarlo con ceras,
a decirlo sin miedos,
como un niño,
otra vez.
José María Rodríguez Olaizola sj