"Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida". Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale". Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió. En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre". El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora."
Palabra de Dios
P. Javier Soteras Director Radio María Argentina
El propio Jesús dirige una llamada clave y definitiva a todos sus discípulos, incluídos nosotros, para que orientemos la vida con una adhesión convencida y vital a su Palabra dejando de lado lo superfluo, dándole importancia a lo que verdaderamente importa, adhiriendo de corazón a su persona y lo que de El viene a nosotros como aquello a lo que verdaderamente debemos prestar importancia: Él como luz viene a disipar las sombras, también las mentiras, las apariencias y a develar lo oculto, lo importante, lo que verdaderamente es un tesoro. Un tesoro, como dirían los textos evangélicos de los sinópticos, hablando de aquella riqueza escondida como el único campo de nuestro propio corazón por la que vale la pena venderlo todo.
Esta presencia visible del rostro paterno de Dios que se nos ofrece en la persona del Hijo es lo que nos hermana y es lo que viene a traer gracia de reconciliación y a sanar la herida profunda que tenemos, la más honda de todas, la que tiene que ver con el amor por ausencia o por exceso.
Quien tiene fe en Jesús entra en la vida, en la luz que es ésta presencia de amor transformante y sanante. La necesidad de creer en el Hijo y en su misión están motivadas en el hecho de que Él es el que trae la luminosidad a éste lugar donde tenemos grandes preguntas ¿porqué el dolor? ¿cuál es la raíz del sufrimiento? ¿donde está el sin sentido de iniquidad del pecado? dirá Pablo. Es el desamor.
Jesús ha venido a poner luz sobre éste lugar e invita a adherir a éste lugar. Es el lugar del amor como lo esencial de la vida. La luz disipa las sombras que oscurecen ésta dimensión esencial de la vida del hombre llamado a amar y a permanecer en el amor. Quien recibe ésta luz de vida escapa de las sombras de la muerte. Entre luces y sombras se juega nuestra vida.
La luz viene de manos de aquella presencia misteriosa y escondida, como aquel tesoro del que nos habla el evangelio por el cual vale la pena venderlo todo. Jesús, es el amor del Padre entregado a nosotros. Esto es lo que verdaderamente permanece y esto es lo esencial por lo cual debemos optar una vez más. El que acoge ésta luz escapa de las tinieblas de la muerte, se salva a si mismo de la situación de ceguera en que con frecuencia nos encontramos.
Éste amor al que nos invita Jesús es un amor concreto, es un amor hasta dar la vida y por el hermano concreto de carne y hueso. Con lo que es y lo que tiene, no con lo que quisiera que fuera o lo que sueño que pudiera llegar a ser, sino con lo que va siendo y como voy siendo. Amar sin condiciones. Amar es dignificar la vida y es verdaderamente promovernos, movernos hacia adelante con sentido.
Cristo como luz del mundo sigue viniendo a la humanidad. Viene sobre los que permanecen en la luz y en quienes viven en tinieblas. Hoy, como siepre, algunos prefieren la oscuridad y las sombras para actuar porque la luz compromete y pone al descubierto lo que hay en el corazón. Las intenciones es lo que uno tiene en el corazón. Ser hijo de la luz supone caminar en la verdad sin trampas, caminar en el amor sin odios ni rencores.
Tener la mirada puesta sobre la civilización del amor es saber esperar desde las realidades construidas mientras hay otras que atentan portentosamente frente a ellas y saber que al final triunfará el Reino de Dios en medio nuestro y por eso vivir bajo la certeza del triunfo del amor. La civilización del amor es tarea en éste sentido pero es esperanza también.
Un amor que nos perfecciona, nos hace estar a la altura de Dios y parecernos cada vez más es un amor de ágape es el amor típicamente cristiano.