Retomamos este camino de los ejercicios ignacianos en este momento en que estamos dedicando a contemplar la pasión de señor, como no puedo abordarla totalmente me detengo en algunos aspectos algunos momentos pero cada uno si la ayuda puede tomar alguno de los evangelios y durante el día leerlos pausadamente y detenerse allí en donde más encuentre ese sentimiento de dolor con Cristo doloroso, esa confusión ese sentimiento de va a la muerte por mí, hoy también, porque me amo y me ama y se entrega hoy por mí.
Renovamos nuestra presencia de Dios, sentimos más que nunca que el Señor nos mira y podemos ayudarnos con el Salmo 2.
La petición sigue siendo la gracia de dolernos con Jesús que va a la muerte por mí y contemplar como todo esto lo padece por mi amor como la divinidad se esconde y preguntarme qué debo hacer yo, qué debo padecer por Jesús.
Vamos a tomar el Evangelio del San Juan 19, 25-37
Jesús muere en la cruz
Estamos en la tarde de aquel viernes santo en el calvario, Cristo cuelga inmóvil muerto en la cruz. Todo se ha cumplido, el designio redentor de Dios, las escrituras con sus promesas mesiánicas de salvación, la misión de Jesús en el mundo, nada más se podría exigir ¿qué más podríamos pedir a Dios? Jesús habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo. Cristo crucificado es el extremo de amor misericordioso de Dios hacia cada uno de nosotros hacia los hombres.
Jesús había experimentado un deseo infinito, una sed abrazadora del agua del espíritu que entregada por él como un río habría de inundar el corazón de los hombres hecho don que salta hasta la vida eterna. Por eso luego de exclamar tengo sed y todo se ha cumplido, inclinó la cabeza sobre la tierra y entregó su espíritu. Sopló el espíritu sobre la tierra de la humanidad como agua fecundante para hacerla florecer; más tarde un soldado va a l calvario para asegurar la muerte segura de los crucificados y al llegar a Jesús comprobó que estaba muerto pero tal vez para asegurarse más con un golpe de gracia ya inútil le hundió la lanza en el costado y salió sangre y agua derramada sobre la tierra de nuestra alma y no la sentimos.
Contemplemos los signos de la cruz. Las manos ahora clavadas y yertas son las mismas dueñas de todo. Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos. Manos símbolo del poder creador que con gesto imperativo habían apaciguado la tempestad desatada. Manos que siempre hicieron el bien, que habían acariciado los niños. Manos que habían tomado a la niñita muerta diciendo “levántate niña” entregándola viva a sus padres. Manos que hicieron barro y lo aplicaron en los ojos del ciego devolviéndole la vista; que otra vez escribieron en la arena perdonando a la mujer adultera a quien sus acusadores querían apedrear. Esas manos con esos gestos llamarían a los apóstoles, tú, tú sígueme; señalándoles el camino “vayan anuncien que el Reino de Dios está cerca”. Esas manos ahora clavadas, las mismas que habían tomado cinco panes y dos peces en el desierto los entregaron para alimentar a alimentar a 5mil hombres alcanzaron y todavía sobró. Sus manos trabajaron como obrero ayudando a María y a José en las tareas de la casa de Nazaret.
De niño se habían tendido hacia María, su mamá, pidiendo la protección de su regazo. En la última cena lavaron los pies de los discípulos; después tomaron el pan y la copa “esto es mi cuerpo, este es el cáliz de mi sangre tomen, coman, beban, hagan esto en memoria mía hasta el fin del mundo”.
Contemplemos los pies también clavados, esos pies que habían conocido los caminos de las ovejas pérdidas, para rescatarlas no habían rehuido ningún cansancio, esos pies habían subido la montaña de las bienaventuranzas para entregar la nueva ley del reino de dios y para proclamar felices a todos aquellos sobre los que Dios reina: los pobres, los humildes los hambrientos y sedientos de justicia, los constructores de la paz “que hermoso es ver bajar de la montaña los pies del mensajero de la paz”.
Cuantas montañas habían escalado para pasar noches en oración a te el Padre sientiéndose el hijo muy querido. Esos pies caminaron tranquilamente sobre las aguas del mar irritado subiendo a la barca pesquera de los asustados discípulos para decirles “no tengan miedo soy yo”
Subieron a la montaña de la transfiguración con Pedro, Juan y Santiago para transfigurarse en sol, luz y blancura de nieves, desocultando algo del misterio infinito e insondable que su humanidad albergaba. Ahora esos pies clavados parecen querer indicarnos que todos sus caminos en la historia han subido al calvario como meta redentora, como gesto de un amor que se ha fijado allí por nosotros para siempre.
Elevado en la cruz, entre el cielo y la tierra, elevado fuera de la ciudad de los hombres, su cabeza rodeada por una corona de dolor por sus espinas. De pequeño había descansado en el regazo, bajo el corazón de su madre. Ahora sin apoyo y con el último suspiro esa cabeza está inclinada hacia la tierra de los hombres que él había hecho suya.
Sus brazos extendidos diseñan el signo de la cruz el poste vertical se hunde en la entraña oscura de la tierra y hacia arriba apuntan a lo alto del cielo. El trazo horizontal tiende hacia ambos lados para abrazar los confines de todos los espacios. Es la cifra de la anchura y la longitud. De la altura y la profundidad del amor, del corazón de Jesús que supera todo conocimiento. Que Cristo habita en nuestros corazones por la fe. Que seamos arraigados y edificados en el amor para que con todos los santos podamos comprender este misterio, así seremos colmados de la plenitud de Dios.
Jesús había asegurado que cuando Él fuese elevado en la cruz entonces comprenderíamos que Él es, sencillamente es el que es: Dios infinito, el Dios que es el que viene y que vendrá; el infinito y eterno. El "Yo soy" Divino.
Sobre la cabeza hay un título: Rey. Para eso había venido al mundo para ser este rey único, distinto, sin armas que coacciona. Este rey que sin vasallos que rindan pleitesía, ante Él solo la caballerosidad del espíritu creyente que dobla sus rodillas para decirle con el apocalipsis “eres digno Seños y Dios nuestro de recibir la gloria, el honor y el poder, eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua pueblo y nación. Eres digno Señor como el cordero degollado de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y alabanza por los siglos de los siglos. Amén.”
Resumen del ejercicio
1º Podemos entonces repasando ponernos en la presencia del señor que me mira, me escucha que quiere llevarme hacia él. Que quiere que yo sea suyo cada día más.
2º Le pedimos una vez más que nos llene de sus sentimientos, sobre todo de ese dolor cargado de amor, de ese dolor amoroso con que él va a la muerte por mí, por cada uno de nosotros.
3º Tomamos el Evangelio de San Juan 19, 25-37.
4º Coloquio: puede ayudarnos el crucificado que sintió nuestro padre Brochero. Le gustaba decir “Cristo lavó mis pecados con su sangre.” Y esto siempre lo recordaba en su corazón cuando pensaba en Jesús. Por eso cuando a sus paisanos les hacía mirar la cruz de Jesús les decía “en la cruz está nuestra salud y nuestra vida, en la cruz está la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu la esperanza del cielo ¿tendremos valor para mirar al salvador sin conmovernos, sin resolvernos a seguirlo aunque sea caminando por el medio de la amargura, aunque sea derramando nuestra sangre gota a gota hasta exhalar el alma?". Así lo vivió el padre Brochero.
Y con María la purísima nos ayude a alcanzar ésta gracia de poder responder al Señor ¿qué debo hacer por Él, padecer, entregar para ser más de él, totalmente suyo?