Día 27: El anuncio de la resurrección

jueves, 21 de marzo de

Los invito a continuar amigos y hermanos este camino que son los Ejercicios. Entramos propiamente en la cuarta semana, que San Ignacio resume diciendo “la historia aquí es cómo después que Cristo expiró en la Cruz el cuerpo quedó separada del alma y con Él, siempre unida a la divinidad. La bienaventurada alma, igualmente unida a la divinidad, descendió al lugar de los muertos de donde sacó las almas de los justos. Regresando al sepulcro y resucitando se apareció en cuerpo y alma a su bendita Madre”. Así como antes buscábamos dolernos, ahora será alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta Gloria y gozo de Jesús, el Señor.


Nos ponemos en su presencia con el salmo 148:


Alaben al Señor en el cielo,
alaben al Señor en lo alto.

Alabenlo, todos sus ángeles;
alabenlo, todos sus ejércitos.


Pedimos la alegría con Jesús que se goza y se alegra con su resurrección. Mt 28, 1-10



Con un terremoto y una espectacular conmoción de cielo y tierra se termina la vida de Jesús, y Él con voz potente entregó su espíritu. Luego vino el entierro provisorio porque apremiaba el tiempo, después el silencio del sábado. Ese silencio que penetra cuerpo y alma, que se mete por las hendiduras dolorosas del corazón. Y ahora, acabamos de leer que pasado el sábado otro terremoto encuentra a María Magdalena y a la otra María, camino del sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor de tierra, el ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos. Fueron dos terremotos, dos conmociones de la tierra y del cielo, dos conmociones del corazón, mucho miedo, incertidumbre…

 

El primer terremoto tenía algo de grito de muerte, el alarido del infierno triunfante en un espasmo victorioso. Quedaba la tímida confesión de fe de los soldados, el dolor de quienes amaban a Jesús, y una tibia esperanza escondida en el fondo del alma… Rescoldo que alimenta la paciencia, que alimenta el gesto amoroso de volver al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús pasado el sábado. Y allí es donde ocurre el segundo terremoto. Movimiento aterrador pero gesto de triunfo. Las mujeres se asustan y el ángel dice una palabra clave del evangelio y también para nosotros en esta etapa de los ejercicios: “No teman, no tengas miedo”.

 

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"No tengas miedo"

 

Ese “no temas” le había dicho el ángel a María en el anuncio de la encarnación. Según Ignacio, conforme a la lógica del amor, se apareció a su Madre antes que a nadie. Pero ese “no teman, no tengan miedo” se repite tantas veces a los discípulos porque es una palabra que abre espacios en el alma, que da seguridad, que engendra esperanza… Por eso Jesús resucitado al encontrarse con las mujeres cerca del sepulcro les dice “No teman, no tengan miedo. Soy yo”. Con un “no tengan miedo” Jesús destruye el susto del primer terremoto; aquel era un grito nacido del triunfalismo de la soberbia, pero el “no teman” de Jesús es el anuncio manso del verdadero triunfo, es el que se transmitirá de voz en voz, de fe en fe a través de los tiempos, de los siglos y que hoy llega a mí:“No tengas miedo”. Es el saludo de Jesús resucitado.

 

Cada vez que se vuelva a encontrar con los discípulos volverá a decirles “no tengan miedo” y así suave pero enérgicamente va rehaciendo la fe en la promesa que les había hecho. Los va consolando, porque la misión de Jesús resucitado es esa, confirmar la fe y consolarnos. Se cumple aquella profesía de Isaías Sí, el Señor consuela a Sión, consuela todas sus ruinas: hace su desierto semejante a un Edén, y su estepa, a un jardín del Señor. Allí habrá gozo y alegría, acción de gracias y resonar de canciones”.


El Señor resucitado consuela y fortalece, confirma. Hoy nos vuelve a repetir una vez más “no tengan miedo, yo estoy aquí. Estuve muerto y ahora vivo”. Lo viene repitiendo desde hace veinte siglos en cada momento de terremoto triunfalista cuando en su iglesia se repite su pasión se completa lo que falta a la pasión. Lo dice en el silencio de cada corazón dolorido, angustiado, desorientado. Lo vuelve a decir en las coyunturas históricas de confusión cuando el poder del mal se adueña de los pueblos y construye estructuras de pecado “No tengan miedo, soy yo”. Lo dice en las arenas de todos los coliseos de la historia. Lo dice en cada llaga humana. Lo vuelve a decir en cada muerte personal e histórica. “No tengas miedo, soy yo, estoy aquí”. Nos acerca su triunfo definitivo, cada vez que la muerte pretende cantar victoria.

 

Por eso hagamos silencio en nuestro corazón y en medio d ellos terremotos personales, culturales y sociales… en medio de muchos terremotos fabricados por la autosuficiencia, del orgullo y la soberbia, y sobretodo en medio de los terremotos de los pecados de cada uno de nosotros… En medio de todo eso nos animemos a escuchar la voz del Jesús, el que estaba muerto y ahora está vivo que nos dice “No tengas miedo, soy yo”. Y acompañados por nuestra madre María, la única que de verdad esperó la resurrección, la de la ternura y de la fortaleza… dejémonos consolar, fortalecer, dejémonos acariciar el alma por esa voz del triunfador que sonriendo y con mansedumbre nos repite incansablemente “No tengas miedo, soy yo”.



Resumen del ejercicio


1º Ponerse en presencia del Señor. Salmo 148

2º Pedimos la gracia de la semana de la resurrección: alegrarme y gozarme intensamente de tanta Gloria y gozo de Cristo, nuestro Señor.

3º Texto: Mt 28, 1-10

4º Coloquio



 

Oleada Joven