Día 28: La aparición de Jesús a María Magdalena

viernes, 22 de marzo de
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Ya estamos en la última etapa de los ejercicios, la cuarta semana, a la puerta de la Semana Grande, la Semana Santa. Abrirnos a la semana santa con el espíritu que nos da la fe de Jesús resucitado, ese espíritu que fue el que movió en todo momento a José Gabriel del Rosario Brochero.

 

Luego de haber profundizado en e corazón de Cristo que va a la pasión por mí, ahora, somos portadores privilegiados y para siempre de la fuerza de la resurrección de Jesús. A veces pasa que nos quedamos por algunas culpas infantiles, por algunas cargas, complejos, juicios o intolerancias, ahogando la alegría de la resurrección. Nos quedamos instalados en el viernes santo y nos perdemos buscando entre los muertos al que está vivo. La pregunta famosa de los ángeles a las mujeres “¿por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”. Porque cada amanecer de nuestra vida es más rico que la noche. Jesús está más en lo que empieza que en lo que termina, y ésta es la clave pascual de la fe. La fe que se queda allá en el viernes santo todavía no ha madurado; la fe que se renueva en la pascua es como un rio que nunca detiene su curso. Es la fe de la resurrección de Jesús que siempre renueva su cause, que refresca, que anima la vida… que recibe lluvias y también resiste sequías, que busca y hace posible que los demás hagan su historia llena de esperanzas, con ilimitado amor a la vida.

 

Por todo esto, la resurrección de Jesús que completa la Pascua, tiene mucho más significado que una tradición del calendario. Supera incluso las celebraciones litúgicas especiales en cada semana santa. La resurrección nos instala en un camino muy particular donde tenemos que descubrir a ese Jesús que se acerca a nosotros en el camino de la vida, que nos toca muchas veces con sus gestos salvadores en los sacramentos… el resucitado que trasciende incluso nuestra iglesia y que llega a toda la sociedad impregnando el mundo, haciéndose presente en cada hombre.

 

Es por esto que la resurrección es claramente un proceso, y pone en marcha un camio que se inicia con Jesús y que se propaga permanentemente hasta conquistar toda la creación. Y es dentro de este proceso feliz y cautivante que estamos involucrados todos nosotros, cada uno de los que estamos ahciendo estos ejercicios de cuaresma, los cristianos de buena voluntad, todos los hombres que caminan junto a nosotros en la vida estamos metidos en ésta atracción cautivante del pueblo de Dios atraído por la resurrección de Jesús. Siempre que en el mundo crezca una vida auténticamente humana, siempre que contribuyamos para que la justicia frene cualquier instinto de dominación y exclusión, allí está Cristo Resucitado. Siempre que la gracia supere la fuerza del pecado, allí esta la resurrección. Siempre que la esperanza resista fuertemente a la desesperación estaremos contribuyendo a que Cristo resucitado pueda cumplir su propuesta transformadora. En ese sentido, estaremos realizando y realizándonos dentro del camino del procesos de la resurrección y de ésta manera esa resurrección actuará se irradiará en todas partes hasta la transfiguración total del mundo en al manifestación definitiva de Jesús.

 


Creo que continuando esta cuarta semana, por todo esto y con toda esta enorme riqueza de poder estar viviendo esta experiencia donde sentimos la fuerza de la resurrección y la luz, no busquemos entre los muertos al que está vivo. Ha resucitado el Señor.

 

 

Resucitar (P. Javier Albizu)

 

Resucitar cada uno con el corazón es descubrir que en la tumba no acaba nuestra suerte, es sentir las manos llenas de un gozo que no miente, es dejar fluir la vida como un agua de vertiente, es repartir los cinco panes entre un millar de gente. Resucitar con el corazón es saberse regalado cuando nadie así lo entiende, es verse perdonado cuando no se lo merece, es enterarse que una herencia nos han dado sin saber ni cómo viene. Resucitar con el corazón es despertar como niño lo viejo que se duerme, es pintar en un arco iris en cada gota mientras llueve, es saber que en el amor queda vencida toda muerte. Resucitar con el corazón es encontrar en el bosque ese claro donde el cielo pueda verse, es dar con la vida que en un pequeño seno empieza ya a moverse, es empaparse en un amor que por los poros entra y se nos mete. Resucitar con el corazón es ocuparse del vivir que entre el nacer y el morir nos pertenece. Es saber que en lo eterno por venir nuestra elección nos compromete, es tener la libertad de los que aman a los que nada les detiene. Resucitar con el corazón es cruzar con Cristo la puerta estrecha de su cruz en viernes, sabiendo que pasado el sábado su vida nueva, el domingo viene.

 

 

La aparición de Jesús a María Magdalena

 

Nos ponemos en su presencia con el Salmo 94: 

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor!
Porque el Señor es un Dios grande,
el soberano de todos los dioses:
en su mano están los abismos de la tierra,
y son suyas las cumbres de las montañas;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
y la tierra firme, que formaron sus manos.

 

Petición: "Dame gracia Señor para alegrarme y gozarme intensamente de tanta Gloria y tanto gozo tuyo". Es una gracia que debemos pedir y desear.

 

 

¿Por qué lloras?

 

Tomamos Jn 20, 11-18


En esas palabras tan llenas de comprensión y cercanía “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella revela el corazón consolador de Cristo y nos invita a no estancar la vida en un sepulcro. Pocas personas sintieron más la muerte de Jesús que María Magdalena, quizás pocos lo amaban con más fuerza. El Señor había expulsado de ella siete demonios renovando en su corazón la tierna capacidad de amar con dignidad. En la cruz se quebraban sus sueños e ideales, y como todo hombre sin soñar, era casi morir. Todo parecía haber llegado a su fin. Esa mujer apasionada y fiel sintió que lo puro, lo espiritual, ya no tenía lugar en la tierra. Y el dolor rompió sus esperanzas, el dolor quizás la llevó a anclarse en el pasado. A pesar de las palabras del maestro, quiso poner su único consuelo en un cadáver. Mientras quedara algo del Señor, podría seguir viviendo al menos del recuerdo. Pero eso no es vivir. Quiso aferrarse a un muerto, y como era la tradición, pensé empaparlo con óleos y resinas. Y por eso, como dice el evangelio, corrió temprano hacia el sepulcro. Quería estar allí, detener la vida y sepultarla junto con su Señor. Pero el desconcierto fue inmenso cuando descubrió que la gran piedra estaba descubierta, que el cuerpo del Señor ya no estaba allí. Ya no tenía rumbo en esa vida, su mundo se acababa para siempre. Desesperada, acudió a Pedro. No podía conservar ni si quiera escondido en una roca al que la hizo vivir.

 

La muerte del Señor le había arrebatado el sentido de su vida, pero éste robo del cuerpo inanimado rompía la última atadura: no le quedaba nada. “Se han robado de la tumba a mi Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Y ella lloraba. En eso seguía siendo humana. Como para muchos de nosotros, hombres y mujeres, las lágrimas le hicieron ver la luz. “¿Por qué lloras, mujer?”. Alguien a sus espaldas se preocupaba de ella. ¿Por qué, tu fe no traspasa las rocas, no llena los vacíos? ¿por qué me quieres muerto? ¿por qué tu amor es incapaz de transformar esta partida en fuente de esperanzas? ¿por qué no haces fecundo tu dolor?. “Mujer, ¿por qué lloras?” le preguntó Jesús.

 

Pero María Magdalena no pudo reconocerlo. El sufrimiento hacía inalcanzable la presencia, ella no era capaz de razonar, no podía hacer resonar nuevamente los anuncios que el Señor le había hecho. Ella leía los acontecimientos con la peor de todas las lecturas, y no le dejaba ningún espacio a al resurrección. “Se han robado a mi Señor”. ¡Qué humana era María Magdalena!. Tan humana, que todos tenemos algo de esta pobre mujer. A menudo nos aferramos al dolor, parece más seguro poseer un cadáver que permitirle a Dios entrar y salir de nuestras vidas con la fuerza del Espíritu. La enfermedad, la soledad, la pena, muchas veces nos nublan la mirada y el Señor se nos va. El llanto pierde todo sentido y se hace vaciedad. ¿Por qué lloras?. Pero en ese momento se produjo el segundo gran milagro en la vida de Magdalena, mucho más importante que el salir de los malos espíritus. Sintió su nombre, sintió la palabra creadora de Dios que la hacía de nuevo, sintió que la querían: “María, María”. Eso solo bastó.

 

Resumen ejercicio

1º Nos ponemos en la presencia del SeñorSalmo 94

2º Petición: Dame gracia Señor para alegrarme y gozarme intensamente de tanta Gloria y gozo tuyo por tu Resurrección.
3º Texto: Jn 20, 11-18
4º Coloquio

 

 

P. Julio Merediz

 

Oleada Joven