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¡Basta de vacas flacas!
jueves, 28 de octubre de
Esta semana en "La Oleada", el programa de jóvenes que realizamos en Radio María, estuvimos conversando sobre el desafío de irse de casa e ir a vivir sólo. Nos acompañó Ricardo Spachese, Director de la Fundación Despegar, y en medio de la conversación nos contó esta historia que compartimos abajo. Nos invitó a salir de la comodidad y animarnos a ir detrás de nuestros sueños y proyectos.
La vaca de tetas flacas
Un maestro decidió salir junto a su jóven discípulo a visitar algunos de los parajes más pobres de la provincia. Después de caminar un largo rato encontraron el vecindario más triste y desolador de la comarca y se dispusieron a buscar la más humilde de todas las viviendas. Aquella casucha a medio derrumbarse, que se encontraba en la parte más alejada del caserío era, sin duda alguna, la más pobre de todas. Sus paredes se sostenían en pie de milagro aunque amenazaban con venirse abajo en cualquier momento; el improvisado techo dejaba filtrar el agua, y la basura y los desperdicios se acumulaban a su alrededor dándole un aspecto decrépito y repulsivo.
Sin embargo, lo más sorprendente de todo era que en aquella casucha de apenas seis metros cuadrados vivían ocho personas. El padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos se las arreglaban para acomodarse de cualquier manera en aquel reducido espacio. Sus ropas viejas y remendadas, y la suciedad y el mal olor que envolvía sus cuerpos, eran la mejor prueba de la profunda miseria que ahí reinaba. Sus miradas tristes y sus cabezas bajas no dejaban duda de que la pobreza y la inopia no sólo se había apoderado de sus cuerpos sino que también había encontrado albergue en su interior. Curiosamente, en medio de este estado de penuria y pobreza total la familia contaba con una sola posesión extraordinaria bajo tales circunstancias, una vaca. Una flacuchenta vaca cuya escasa leche le proveía a la familia un poco de alimento para sobrevivir. La vaca era la única posesión material con la que contaban y lo único que los separaba de la miseria total. Los peregrinos pidieron alhojamiento y algo de comida, a lo que el dueño de casa contestó: "Como verán soy muy pobre, todo lo que tengo para ofrecerles es algunas gotas de esta vaca flaca que es toda nuestra fuente de alimentos".
Al día siguiente, muy temprano, asegurándose de no despertar a nadie, los dos viajeros se dispusieron a continuar su camino. Salieron de la morada y caminaron muchos kilómetros. Llegada la tarde, el anciano maestro envió a su discípulo: "Vuelve a la casa donde nos alhojamos anoche y sin que nadie se de cuenta, desata la vaca y arrójala por el barranco para que crean que fue un accidente. Cuando te asegures de que esté muerta, vuelve que te voy a estar esperando".
El joven quedó atónito y no podía creer lo que su maestro le pedia. Éste al ver que dudaba le insistió recordándole su voto de obediencia pactado antes de emprender el viaje.
El pobre muchacho no podía comprender semejante atrocidad… ¿cómo matar la única fuente de alimentación de aquella familia que con tanta atención los había recibido?. En medio de su contradicción, cumplió con la tarea que su maestro le había encomendado y retomó su marcha.
Encontró al anciano y sin comentario alguno continuaron con el recorrido por el poblado. Terminada la misión volvieron a su lugar de orígen.
Durante los días siguientes al joven le asaltaba una y otra vez la nefasta idea de que, sin la vaca, la familia seguramente moriría de hambre y que ellos eran los culpables. Sin embargo no se animaba a preguntarle a su maestro por qué habian hecho eso.
La historia cuenta que, un año más tarde, los dos hombres decidieron pasar nuevamente por aquel paraje para ver qué había ocurrido con la familia. Buscaron en vano la humilde vivienda. El lugar parecía ser el mismo, pero donde un año atrás se encontraba la ruinosa casucha ahora se levantaba una casa grande que, aparentemente, había sido construida recientemente. Se detuvieron por un momento para observar a la distancia, asegurándose que se encontraran en el mismo sitio. Lo primero que pasó por la mente del joven fue el presentimiento de que la muerte de la vaca había sido un golpe demasiado duro para aquella pobre familia. Muy probablemente, se habían visto obligados a abandonar aquel lugar y una nueva familia, con mayores posesiones, se había adueñado de éste y había construido una mejor vivienda. ¿Adonde habrían ido a parar aquel hombre y su familia? ¿Qué habría sucedido con ellos? Quizás fue la pena moral la que los doblegó. Todo esto pasaba por la mente del joven mientras se debatía entre el deseo de acercarse a la nueva vivienda para indagar por la suerte de lo antiguos moradores o continuar su viaje y así evitar la confirmación de sus peores sospechas.
Cuál no sería su sorpresa cuando, del interior de la casa, vio salir al mismo hombre que un año atrás les había dado posada. Sin embargo, su aspecto era totalmente distinto. Sus ojos brillaban, vestía ropas limpias, iba aseado y su amplia sonrisa mostraba que algo significativo había sucedido. El joven no daba crédito a lo que veía. ¿Cómo era posible? ¿Qué había acontecido durante ese año? Rápidamente se dispuso a saludarle par averiguar qué había ocasionado tal cambio en la vida de esta familia. El hombre, que ignoraba que el joven y su maestro habían sido los causantes de la muerte de la vaca, les contó cómo, casualmente el mismo día de su partida, algún maleante, habían encontrado muerto al pobre animal. El hombre les confesó a lo dos viajeros que su primera reacción ante la muerte de la vaca fue de desesperación y angustia. Por mucho tiempo, la leche que producía la vaca había sido su única fuente de sustento. -Sin embargo –continuó el hombre- baje la barranca y saqué lo poco de carne buena que tenía la vaca para poder cambiarla en el pueblo por un poco de aceite y huevos. Como los niiños tenian hambre, los mandé a los campos de los vecinos para que trajeran algo de comida a cambio de cualquier trabajo. Ese día juntamos los huevos y la manteca por las que cambié la carne, los niños trajeron harina y mi señora preparó unos exquisitos panes. Nos había ido bien, asique al día siguiente los chicos salieron nuevamente a los campos. Yo fui al pueblo y vendí el pan que sobró por más aceite. Así a la tarde la mamá de mis hijos preparó más pan…" Así habían hecho desde entonces cada día, y
por primera vez en sus vidas tuvieron dinero suficiente para comprar mejores vestidos y hasta arreglar la casa.
El dueño de la vivienda agradeció de todo corazón el paso de los visitantes y el cambió de suerte que había significado en sus vidas su paso por el hogar.
"De esta manera, poco a poco, dijo el hombre, este año nos ha traído una vida nueva. Es como si la trágica muerte de nuestra vaca, hubiese abierto las puertas de una nueva esperanza".
Los caminantes se despidieron y continuaron el camino. El maestro, quien había permanecido en silencio escuchando el fascinante relato del hombre, preguntó: -¿Tú crees que si esta familia aún tuviese su vaca, habría logrado todo esto? -Seguramente no –respondió el joven. –
¿Comprendes ahora? La vaca, además de ser su única posesión, era también la cadena que los mantenía atados a una vida de conformismo y mediocridad. Cuando ya no contaron más con la falsa seguridad que les daba sentirse poseedores de algo, así sólo fuera una flacucha vaca, tomaron la decisión de esforzarse por buscar algo más.
Dr. Camilo Cruz
Nos animemos a pensar en los desafios grandes que tenemos en frente y las vacas flacas que nos separan de ellos. ¿Cuáles son esas vacas flacas que te atan?
¿Cuáles son esos pasos que sentis que tenes que dar y algo te lo impide?
Oleada Joven
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Radio Maria Joven