Francisco escuchó una voz que le hablaba al corazón: ”Aprende, ya que yo soy Dios, y deja para siempre de turbarte…Soy yo el que te ha llamado. Soy yo el que guarda el rebaño y lo apacienta, Yo soy el señor y el pastor. Es cosa mía. No te asustes más” “¡Dios, Dios!”, dijo despacito Francisco, “eres protector. Eres guardían y defensor. Grande y admirable. Tú eres nuestra suficiencia. Amén. Aleluya.
Eloi Leclerc, "La sabiduría de un pobre”