¡Que salga, Señor!
De la cobardía que apaga tu voz.
De la espiritualidad, débil y cómoda,
que me hace olvidar lo que ocurre a mí alrededor
Del llano que me agarra y no me deja verte.
De la tierra que me seduce y me conduce.
De los problemas que no me dejan
descubrir la gran lección de tu cruz.
Pues, cuando me encierro en mí mismo,
veo que algo no funciona en mí.
Que me falta aire para respirar
Que los horizontes desaparecen de mi vista
Que, la ilusión y la fe, disminuyen por momentos
Pero, para ello, como a Pedro, Santiago y Juan
llévame contigo:
para que disfrute de tu presencia,
para que escuche tu Palabra,
para que sepa lo que me espera,
por el hecho de ser tu amigo y compañero
Que no me quede bajo los techos
de un mundo fácil que todo lo contamina,
que todo lo desvirtúa,
que todo lo confunde,
que todo lo frivoliza.
Que no me pierda, ni un solo Domingo,
este momento de paz y de gracia
de amor y de Palabra
de presencia y de perdón
que es la Eucaristía.
María Elena Curutchet