Me llamaste, y no diste explicaciones, Ni me diste mil sermones, yo no te pedí razones.
Me llamaste, me atrapó tu existencia, Solo quise ser tu amigo e imitarte en el camino.
Me llamaste, con tu amor me cautivaste, Con tu fuego me quemaste, te ofrecí toda mi vida.
Me llamaste, tu confianza me enseñaste, tu pobreza me donaste, tu sendero me marcaste, sendero de cruz. Mi pobreza mi locura,
mi alma y toda mi ternura.
Me llamaste, a seguirte para siempre, A escucharte libremente y amarte hasta la muerte, y muerte de cruz.
Hombre de pocas palabras Hombre de palabras fuertes, Tu tan solo me llamaste…
Amén
P. Luciano Iraimain
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