Un buen negocio

miércoles, 2 de octubre de
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El taxista que hoy me trajo al periódico demostró ser un pequeño filósofo. O, por lo menos, un -buen observador de la vida. «Yo -me decía- conozco si el viajero que ha montado en mi taxi está bien o mal de dinero sólo con oír su voz.» ¿Y cómo se las arregla?, le pregunto. «Es que,me dice,la gente a quien las cosas le van mal, los que están parados o en peligro de estarlo, hablan con la voz apagada, cansina. Llevan la tristeza o el paro en la voz. En cambio, aquellos a quienes les funciona bien el bolsillo tienen la voz firme y alegre, miran sin temores a la vida.»

Me he quedado pensativo cuando abandoné el taxi. ¿Es cierto que el dinero preocupe hasta tal punto a los hombres que condicione hasta el tono de su voz?


La cosa se complicó cuando, días después, leía yo un delicioso libro (El reto de la confianza, de Carlos Moreno) en el que cuenta que algo muy parecido le ocurrió a él. Cruzaba un día un semáforo riendo y feliz, al recordar qué buenos chavales eran sus hijos, cuando un taxista detenido ante el semáforo le soltó: «Bien van los negocios, ¿eh, amigo?» Carlos no entendió y preguntó al taxista qué quería decir: «Que las cosas del bolsillo le deben ir a usted bien, cuando se ríe.» Cuando el taxi arrancó, Carlos se quedó pensando que en realidad las estaba pasando canutas en lo económico. Y que el único negocio que en realidad le iba bien eran sus hijos, su negocio, su mejor negocio.


Lo tremendo de la historieta es que la gente piense que la única razón por la que uno puede reírse es que funcione bien la cartera. ¡Como sí no hubiera en la vida mil razones mejores y más altas para reírse! Pero, por lo visto, para la gente de hoy la única alegría seria es que a uno le toque la lotería, le suban el sueldo o funcionen los negocios.


¿Y todos los otros «negocios? Que la gente te quiera, que uno esté haciendo un trabajo que le gusta, que uno se sienta en gracia y gloria de Dios, que los hijos crezcan sanos, que estés haciendo algo que sirve a los demás, que a uno le zumbe en la cabeza esa música que tanto le gusta, haber leído un libro enriquecedor, ir a ver a un amigo, haber dormido bien, que te haya florecido una planta, que haga sol, cosas como éstas y cien mil más, al parecer, no serían motivos suficientes para ir riéndose por la calle.


¡Qué poco se ríe la gente por las calles! Caminamos todos como si acabásemos de tragarnos una espada, serios, solemnes, aburridos, como si la vida se nos hubiera indigestado. Escatimamos la sonrisa como si fuese carísima. Y si alguien se ríe por la calle pensamos que o está loco o le ha tocado la Loto. Si la Humanidad rebañase lo que chorrea por las caras de los transeúntes por las calles podría poner una tienda de vinagre. Y mientras, la vida tiene millones de cosas ante las que uno podría sonreír… sin que nadie se entere. ¡Lástima!



José Luis Martín Descalzo
Razones desde la otra orilla

 

Milagros Rodón