En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un oficial romano suplicándole:«Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente».Jesús le contestó:«Yo iré a curarlo».
El oficial romano replicó:«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis ordenes, y si digo a uno de ellos: “¡Ve!”, él va; al otro: “¡Ven!”, y viene; a mi criado: “¡Haz esto!”, y lo hace».
Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que lo seguían:«Les aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande. Por eso les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el banquete del Reino de los cielos».
Palabra de Dios
Pbro. Maximiliano Turri Asesor de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Chascomús
El centurión del Evangelio de hoy tiene mucho para enseñarnos, él se dirige a Jesús con dos actitudes que a nosotros nos van a venir bien reconocer.
Lo primero que mueve y empuja a acercarse a Jesús es la necesidad, la desesperación, la búsqueda de solución ante su urgencia. Si bien lo que necesita es la sanación de su sirviente, lo hace sin esperar y con rapidez, ni siquiera puede esperar a que vaya Jesús a su encuentro. Esto nos ayuda a nosotros a descubrirnos tantas veces así, desesperados; tantas veces nos apremia de tal forma la necesidad que corremos buscando a Dios, para que sea Él que de fin al momento que estamos pasando, pero esto no lo podemos dar como supuesto.
Entonces es bueno preguntarse ¿busco a Dios como la verdadera solución a lo que me sucede?, ¿soy capaz de rogarle como hizo el centurión?, ¿insisto en la súplica o me dejo vencer rápido si no encuentro la respuesta que quería?
Y la segunda actitud del centurión que nos viene bien descubrir es la de la humildad. La expresión: “no soy digno de que entres en mi casa”, es la mejor síntesis. La humildad es la verdad, la verdad de ni siquiera ser digno de que el mismo Jesús se acerque a él. No es un hombre religioso, no conoce acerca de la Escritura y menos conoce sobre quién es el hombre al que le está hablando. Pero sí sabe quién es él, no se cree más de lo que es, se sabe así, y por eso pide en verdad, porque no pide ni más de lo que necesita, ni más de lo que le corresponde. Y pide con la frente baja, pide rogando, pide casi de rodillas, porque la oración, la humildad y el pedido son una síntesis perfecta que el corazón del Maestro no resiste.
Ante tan magnífica actitud a la hora de pedir, es bueno que nosotros nos preguntemos: ¿mi oración tiene como principio la humildad?, ¿pido aceptando lo que Dios pueda tener pensado para mí?, ¿cómo reacciono ante la respuesta de Dios?
La urgencia y la humildad, dos momentos en los que todos muchas veces estamos. Que sea sin duda la humildad la que siempre acompañe nuestra oración, nuestra súplica ante nuestra urgencia.
Que tengas un hermoso día. Que Dios te bendiga y te conceda una santa preparación para la Navidad.