Evangelio según San Marcos 3,7-12

jueves, 9 de enero de
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Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.

Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.

Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.

Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.


Palabra de Dios



 


P. Jorge Rodríguez integrante del equipo de Asesores de la Pastoral de Juventud de la Diócesis de Lomas de Zamora. Vicario en la parroquia San Francisco de Asís


¡Queridos amigos de los jueves! Otra vez el Señor nos invita a dejarnos alcanza por su amor. Él viene a nosotros a través de su Palabra y quiere entrar en nuestros corazones. Abrámoselos de par en par para que nos transforme desde adentro, para que podamos reconocerlo, seguirlo y servirlo.


El Evangelios que la Iglesia nos propone para contemplar hoy es maravilloso. Jesús acababa de tener un choque grande con las autoridades del pueblo. Todo giraba en torno a la cuestión del sábado, el Día del Señor. Jesús les enrostra su hipocresía curando al hombre de la mano paralizada y, desde ese momento, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con Jesús (Mc 3,6).


Acto seguido, encontramos a Jesús rodeado de una multitud de gente: de Galilea (centro de Palestina), de Judea, Jerusalén e Idumea (al sur), de la Transjordania y de Tiro, Sidón (al norte). ¡Estaban todos! Tanta gente había que tuvo que subirse a la barca para que no lo apretujaran. Toda esta gente venía a Jesús porque sabían que Él podía sanarlos. Incluso llegaban a tirársele encima para tocarlo.


¡Qué contraste! Por un lado estaban las autoridades del pueblo, que se veían de alguna forma cuestionados, interpelados en sus costumbres por este Galileo que curaba a la gente. A tal punto llega la cerrazón de los fariseos que se confabulan con los herodianos para sacarse de encima a Jesús. Por otro lado, la gente sencilla que no tiene prejuicios, que no envidia los dones de Jesús sino que, al contrario, se le tiraban encima para poder tocarlo, llenos de confianza porque veían en Jesús a alguien que podía devolverles la esperanza.


¿Con quién nos identificamos más? ¿Con los dirigentes del pueblo, celosos de su poder y de sus costumbres? ¿O con la gente sencilla que confía en Jesús, que pone en Él su esperanza, que quiere ser “curada”? Pidámosle a Jesús que nos dé un corazón sencillo, como el de la gente, que hace kilómetros para encontrarse con Jesús, que está “abierto” para recibirlo, que quiere encontrar en Jesús motivos para seguir esperando, que reconoce en sus milagros que “a Dios le gusta vivir en medio de su Pueblo”.


 

Oleada Joven