(…) ¿Qué hacer entonces? ¿Lanzar un «S. 0. S. definitivo que ponga sobre aviso a la Humanidad»? ¿Intentar una gigantesca cruzada que devuelva al hombre a su interior?
Aquí tendrá que decir que yo no creo en las cruzadas. Ni siquiera en las cruzadas para el bien. Que no creo en los grandes gritos, en los S. 0. S. Que no espero que el mundo cambiaría por muchos profetas que se uniesen para gritar juntos.
Creo en el pequeño trabajo con la pequeña gente. Creo en el lento esfuerzo, gota a gota, por sembrar trocitos de esperanza. Creo que la redención del mundo se hace empezando por el propio corazón, y si se puede, por dos o tres corazones vecinos.
Ser hombre es una gran paciencia; mejorar el mundo, una larga tozudez; la esperanza, no una bandera que se enarbola, sino una planta que se cuida. Si yo logro ejercer hoy mi libertad una hora más, el mundo habrá avanzado. Si yo ayudo a pensar a tres o cuatro personas, la vida interior de todos crecerá como unos vasos comunicantes. Si cuatro o cinco amigos descubrimos juntos que tenemos un alma y que ésta es más importante que el dinero que ganamos, se estirará el alma del mundo. Cualquier otra «gran» cruzada se nos convertirá en política o será un sueño más que nos dé la impresión de vivir, pero que construirá poco. Las verdaderas redenciones nacen humildemente. Corno ocurrió en Belén.
Martín Descalzo
Fragmento de ¿Un S.O.S. frente al caos?
en “Razones para el amor”