Evangelio según San Marcos 8,11-13.

lunes, 10 de febrero de
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Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo”.Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.


Palabra de Dios



 


P. Germán Lechinni Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay


Es conocido por todos aquel dicho: “Para el que no quiere ver, no hay mas que cerrar los ojos.” En el Evangelio de hoy vemos que el mismo Cristo suspira tristemente asombrado al verificar la ceguera con que los fariseos se niegan a ver los signos ya realizados por Él. Es increíble, porque en este minuto del Evangelio (estamos en el capitulo 8 de Marcos) Cristo ha realizado ya innumerables signos. Escuchen algunos de ellos:

Marcos 1, curación de un endemoniado, de la suegra de Simón Pedro y de un leproso.

Marcos 2, curación de un paralítico.

Marcos 3, curación del hombre con la mano paralizada.

Marcos 4, Jesús calma la tempestad.

Marcos 5, curación de otro endemoniado, curación de la hemorroísa y, escuchen bien, resurrección de la hija de Jairo.

Marcos 6, multiplicación de los panes y, además, Jesús camina sobre las aguas.

Marcos 7, curación de la hija de la siro-fenicia y curación de un tartamudo sordo.

Marcos 8, segunda multiplicación de los panes. A la luz de éstos y muchos otros signos, que he silenciado para no hacer eterna la lista, los fariseos tiene el tupé de decirle a Cristo que quieren más signos.


Calculen, entonces, cuál no será el dolor de Cristo ante tanta cerrazón. Porque, como bien dice ese otro dicho, “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.


Por lo demás, Cristo está viviendo ahora en carne propia algo que ya experimentara su mismo Padre, nuestro Dios, cuando, acompañando al pueblo israelita en el desierto, fue negado y desairado por ese mismo pueblo a quien Él había liberado de Egipto. Piensen cuál no sería la pena del mismísimo Dios cuando tuvo que ver cómo el Pueblo Elegido le daba la espalda en el desierto.


Y escuchen bien, esto después de algunos prodigios enormes como, por ejemplo, abrir el paso del mar para liberar al pueblo de Egipto, dar de comer el maná para que no perecieran de hambre en el desierto, dar de beber de una roca, sacar agua de la piedra para que no murieran de sed, y un larguísimo etcétera que pueden revisar releyendo y meditando el libro del Éxodo.


He querido compartir con ustedes estas enumeraciones de signos, tanto los de Jesús como los del Padre, con la intención de dejarles algunas importantes preguntas para su oración: ¿cómo está hoy tu Fe en Dios? en tu vida, en tus veinte, treinta, cuarenta años. ¿Hasta cuánto piensas seguir pidiendo signos y más signos a Dios?


Te propongo, a la luz de estas preguntas, un ejercicio espiritual para tu oración de hoy. Recorre tu vida, tu biografía, tu propia historia de salvación. Recórrela con los ojos de la Fe y verás que Dios ya ha querido regalarte signos más que elocuentes de su presencia en tu vida y de su amor por ti. Se trata, entonces, de abrir los ojos. Se trata, no tanto de pedir más signos, sino de ser capaces de descubrir los que ya están, los que ya han sido, los que en este mismo momento son.


El Evangelio termina bastante duramente, diciendo que Cristo se marchó de la compañía de esa gente y se fue, literalmente, a la orilla opuesta. Quiera Dios que también nosotros partamos con Cristo hacia la orilla opuesta a la incredulidad, hacia la orilla opuesta hacia la ceguera y la cerrazón. Quiera Dios que vivamos con Cristo en la orilla de la fe, de la confianza en Dios, donde los signos, ya existentes, se dejan ver con claridad. Que así sea.


 

 

Oleada Joven