¿Es Dios silencioso o hablador?

martes, 25 de febrero de
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¿A esta pregunta, serían hoy seguramente muchos los que se inclinarían por lo primera opción y llamarían a Dios “el Silencioso” con cierto tono de reproche.


No lo pensaba así Israel, todo lo contrario. Una convicción de los autores bíblicos es la de que Dios está constantemente dirigiéndose a nosotros y “emitiendo señales”: el arco iris (Gen 9,12), el sábado (Ez 20,12), la sangre (Ex 12,13), la luna (Eclo 43,8), una piedra (Jos 4,6)…Los “signos, prodigios, gestas, maravillas y señales portentosas” con que califican las acciones de Dios para con su pueblo, no parecen tener otro fin que el de convertirse en aviso, signo, guiño, contraseña o recordatorio de su presencia activa, de su incansable deseo de comunicarse y entrar en relación. El cielo “narra”, el firmamento “pregona”, el día “transmite”, la noche “ susurra” (Sal 19,2). Juan lo recuerda a su manera en el prólogo de su evangelio: “En el principio existía la Palabra…” (Jn 1,1) Y es como si nos dijera: “Dios es todo comunicación, el rasgo más característico de su identidad es precisamente ese: su expectativa de conversación y diálogo con nosotros. Y eso desde que esperaba con impaciencia la brisa de la tarde para bajar a encontrarse con nuestros padres en el jardín”.


Por eso el gran imperativo de Israel es “¡Escucha!” y el peor reproche profético es el del embotamiento y la torpeza de ojos, oídos y corazón (Is 6,10). Están convencidos de que Dios nunca está “fuera de cobertura”, sino que quiere seguir tejiendo una historia relacional entre El y nosotros, para apasionarnos por una aventura espiritual que sólo es posible si el fondo de nuestro corazón está habitado por el deseo de encuentro que nace del amor.


Lo sabía bien el orante que decía:

“Aguardo al Señor, lo aguarda mi alma

esperando su palabra;

mi alma a mi dueño

más que el centinela a la aurora,

el centinela a la aurora…”

(Sal 130,5-6)

 

Sin al menos una “brizna” de este deseo en el alma, ya podemos olvidarnos de teologías, métodos o escuelas bíblicas. Todo ese esfuerzo se pierde como la semilla en el camino si no se apoya en la conciencia de que entre nosotros y Dios ha ocurrido “algo”, y que a ese “algo”, experimentado como un encuentro dialogal que ha hecho comenzar una historia de amor (Cf.DV 2), le llamamos “Sagrada Escritura”, pero su verdadero nombre sería el de “la gran carta que el Padre envía a sus hijos que peregrinan en el mundo y con quienes se entretiene mediante el Espíritu Santo” ( DV 21).



Cuando la mujer samaritana intenta desviar la conversación y dice a aquel galileo desconocido que la había esperado en el pozo: “Cuando venga el Mesías nos lo explicará todo”, él vuelve su atención al presente: “Soy yo, el que habla (lalon) contigo”. Precioso título este que nos permite sentirnos incluidos en la escena y llamar a Jesús: Tú eres “el-que-habla-conmigo”.


Casi todo lo que Israel sabía de su Dios era que estaba siempre en camino hacia ellos y de sí mismo había aprendido que estaban convocados por Él a la escucha y a vivir “con el corazón en vela”: “Escucha, Israel, YHWH, nuestro Dios, es Uno. Y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5). Lo único que su Dios pedía de ellos era esa actitud de elemental receptividad, atención y escucha, porque sólo así podían reconocer la Palabra que Él pronunciaba en la historia y responder a las acciones que quería realizar en ellos: levantarlos, enderezarlos, ponerlos en pie, sacarlos de Egipto, llevarlos a una tierra que manaba leche y miel.


Una escena del Cantar nos permite oír los pasos decididos y ágiles de alguien que camina en dirección a una casa, se detiene ante su puerta y pronuncia una invitación apremiante a la mujer que está dentro durmiendo, pero con el corazón en vela (5,2). Su mano roza la cerradura de la puerta intentando abrirla (Cant 5,4) y al oírlo, ella exclama en medio de la noche: “¡Una voz! Llega mi amado…” (5,8). La posición enfática en el verso del término hebreo qol (voz, sonido, rumor…) expresa el presentimiento, la expectación y la sorpresa ante una presencia largo tiempo deseada.


Fuente: bitacoradeperegrinos.net Autor: Dolores Aleixandre

 

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