Los modos de enseñar de Dios

martes, 4 de marzo de

Como cada martes 9.30am. estaba lista para limpiar la casa de Ana. Fui muy bien recibida, como de costumbre, mientras ella me contaba a qué quería que me dedicara el día de hoy: El aire-luz y el baño, sobretodo. Para ello tuve una petición muy especial: “Quiero que seas detallista”. Sé que a ella no le importa cuánto tiempo me lleve, sino mas bien que quede limpito.

 

El aire-luz se caracteriza por tener puertas y ventanas corredizas (blancas) y con mucho vidrio, donde luego de limpiar reposarían en su interior unas bellísimas plantas. Por lo cual es importante que los vidrios sean como aire y los marcos y canaletas blancos para reflejar aún más la luz del sol que entra por la abertura superior del paredón. Así se lucirían con la hermosura que se merecen.

 

Comencé por el baño, y trate de ser más detallista aún como ella especialmente me lo había pedido. Revisé más los huequitos, miré desde otros puntos de vista, refregué con más fuerza aquello que creí que ya no salía, limpié con más cuidado la pileta que pende casi de un hilo.. (Y todo eso sin guantes ¡Que horror para Ana!) y luego lo de siempre. Antes de apagar la luz al irme de ese sector de la casa, mire como quién admira una obra maestra y seguí camino hacia el aire-luz.

 

Cuando sacaba las puertas y las ventanas recordé las palabras: “quiero que seas detallista”… pero esas palabras comenzaron a cambiar de tonalidad, de color, de temperatura. Quiero que seas detallista.

 

Mi amor se agudizó. Las ventanas eran tan blancas que me veía en la tarea importantísima de volver a dejarlas inmaculadas. Algo en mí comenzó a relacionar cada cosa que hacía con el trabajo que Dios me pedía.

 

Okey. Más detallista. Tal vez se trata de dejar de pasar por alto algunas cosas. Aquel hueco que me resulta muy difícil, donde los dedos ya húmedos me duelen al intentar sacar la suciedad de esa esquina, no podía obviarlo más. Un simple pedido, una simple instrucción se me había vuelto una verdadera misión que llevaría a mi misma vida. Volvería a blanquearme cuantas veces fuera necesario, después de cada chaparrón que ensucie mi interior, después de cada tormenta que me embarre. Sería cada vez más y más minuciosa aunque duela. Examinaría lugares que jamás había mirado. No podía limpiar pasando un trapo sin siquiera un poco de Cif! Ni tampoco al llegar a una zona compleja la abandonaría para pasar a otra más fácil, más cómoda… más amable.

 

Creo que esto verdaderamente me tomó por sorpresa, aunque de una manera muy característica. Esto tiene un solo autor y yo lo reconozco muy bien. ¡Que linda sorpresa esta enseñanza limpiando ventanas!

 

 

 

Virginia Mardegán

 

Virginia Mardegán