Evangelio según San Lucas 4,24-30

viernes, 21 de marzo de
image_pdfimage_print

Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.

Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.

Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”.

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.


Palabra de Dios





P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay


“Ningún profeta es bien recibido en su tierra”…Esta afirmación de Jesús en el Evangelio me recuerda aquella historia del “Mesías camuflado”… Cuentan que en un monasterio la vida comunitaria se había deteriorado mucho. Esto se debía a que en la convivencia diaria, en la cotidianeidad, cada uno de los hermanos estaba más atento al defecto que a la virtud del otro. Así, habían acabado por verse unos a otros sólo lo malo, lo deficiente que había en cada uno.

Preocupado por la situación, el superior fue a ver un famoso abad, para pedirle consejo. Tremenda fue la sorpresa que se llevó cuando ese santo varón le confiara un gran secreto: “Padre, en su monasterio todos se llevan mal, porque no se han enterado que entre ustedes vive el MESÍAS CAMUFLADO”… “¡¿Qué?!”… “Lo que oye, en su monasterio, camuflado en uno de sus monjes, vive Cristo”.

El abad no añadió más palabras y el padre superior se fue corriendo a comunicarle al resto la gran noticia: “¡Hermanos, entre nosotros vive el Mesías camuflado… Sí! Como lo escuchan, en alguno de nosotros está Cristo mismo en persona”.

A partir de ese día, obviamente, las relaciones cambiaron… Porque cambió algo esencial, cambió la mirada que cada uno tenía del otro. Cada monje comenzó a poner el ojo más en la virtud y en lo positivo de sus hermanos, que en el defecto y en lo negativo… Incluso comenzaron a “disculparle” a cada uno sus “errores”, pensando: “claro, si es el Mesías y está camuflado, es lógico que se disfrace incluso detrás de algún que otro error”.

Así, por ejemplo, los que antes señalaban al hermano cocinero como alguien muy defectuoso, porque cocinaba de más y con mucha sal, ahora se preguntaban si justamente no serían esas las señales de que Cristo estaba en Él, habida cuenta que Cristo mismo más de una vez había dado de comer y habían sobrado canastas y canastas de comida y, pensaban, Cristo mismo había dicho que era fundamental la SAL, así como también la LUZ del mundo… ¡Sí! Ya no cabían dudas, hasta el cocinero podía ser el “MESÍAS CAMUFLADO”.


Hasta aquí la pequeña parábola que he querido compartir con ustedes. Encuentro en ella la invitación que Cristo mismo nos hace en el Evangelio de hoy, a raíz de su propia experiencia en Nazaret. Cristo mismo vivió en carne propia esto de no ser reconocido por el hermano, por sus paisanos, no ser reconocido por las personas con quienes había compartido el día a día.

Y es que muchas veces, precisamente por la cotidianeidad, acabamos de perder de vista al Mesías, al Cristo que habita en el hermano, en el cercano. Cuánto más si vamos más atentos a sus defectos, pecados y males, que a sus virtudes, dones, cualidades…

De lo que se trata, entonces, es de CONVERTIR nuestra MIRADA. Cristo vivo, habita bien cerquita de nosotros, en nuestros familiares, en nuestras parejas, en nuestros hijos, en nuestros hermanos de comunidad, en nuestros compañeros de estudio o trabajo, en el vecino, en el prójimo con quien comparto el colectivo… Cristo está aquí, en nuestra Nazaret, en nuestra vida de todos los días, en nuestra cotidianeidad.

¡Que podamos aprender a verlo! Que en esta Cuaresma se caigan las cataratas de nuestros ojos, esas que nos impiden ver, en los más cercanos, al Cristo vivo que camina a nuestro lado.Que así sea!

 

 

 

 

Oleada Joven