Día 5: el pecado de David

martes, 25 de marzo de

 

En el ejercicio de hoy, vamos a pedir “conocimiento interno de mi pecado, aborrecimiento del mismo, dolor porque por mí va el Señor a la cruz”. Dios es el único que puede hacerme conocer mi pecado sin entristecerme, y desde ahí encontrarme con Él y su misericordia. Lo que era el fin termina siendo un lugar de encuentro y de reconciliación.

 

Los ejercicios no son sólo para escuchar, sino para ir tomando registro y fundamentalmente dedicarle un tiempo a la oración en donde se hace el ejercicio.


Venimos caminando juntos este mes de ejercicios, como propuesta de oración y de bien espiritual entera. San Ignacio, era un gran penitente pero sobretodo, un converso que profundizó a fondo su experiencia y compartiéndola la transoformó en germen de vida. Nos dice el Papa Francisco que no tenemos que tener miedo de la misericordia. Dios perdona siempre y Cristo ha hecho del pecado un lugar para encontrarse con Él porque desde ahí nos recata. Luchamos, en el mejor de los casos, y a veces perdemos. Somos débiles y no estamos atentos a donde tenemos que ir, y ahí el mal espíritu nos gana.


Dios es el único que puede hacerme conocer mi pecado sin entristecerme, y ahí se da el encuentro. Lo que era el fin termina siendo un lugar de encuentro y de reconciliación. Es tener la posibilidad de no solo cambiar sino de amar, cuando todo parecería decir que ya nada tenía solución. Es la misericordia, y el “milagro” que la misericordia nos aporta a diario. Dios no sólo rescata sino que rehabilita, y lo hace con alegría y cariño, como el Padre de la parábola que hace una fiesta cuando el hijo vuelve. El Dios que te sigue dando alegría y buenos momentos a pesar de que nos olvidamos de los demás.


La invitación de hoy es que siguiendo esta contemplación del mundo que nos rodea, en donde vivimos, vernos como en una especie de cárcel. En esa composición de lugar, nos vamos a poner delante de Dios y vamos a ver nuestra propia vida. Vamos a pedir “dolor de mis pecados”. Porque lo que no me duele no lo puedo cambiar.



Ignacio es bien contundente: pedimos dolor de las cosas por las cuales tenemos que pedir perdón y que sólo Dios nos lo puede mostrar. Él nos llama a que no tengamos miedo de sentir dolor y que nos llegue al fondo del corazón. Algunos santos como San Gregorio, decían que las obras hechas por amor a los demás reparan mucho dolor. Necesitamos conocer y pedirle a Dios que nos muestre de qué tenemos que pedir perdón. Es una gracia que sólo a través del dolor se concede, cuándo y cómo Dios mejor lo quiera.


Puede servir volver a la imagen del publicano compungido (Lc 18, 9), o del hijo pródigo volviendo a su casa. Imaginate volviendo a la casa del padre, al que vas a mostrarle tu vida, o el tiempo de tu vida en el que te sientas movido a presentarte frente Él.


Pedimos: “Conocimiento interno de mi pecado, aborrecimiento del mismo, dolor porque por mí va el Señor a la cruz”.



Algunas reglas de discernimiento de San Ignacio

Hay 3 reglas de San ignacio que nos puede ayudar a ver situaciones en donde tengo que pedir perdón. Son pautas de lucha, en donde a veces perdermos.

 

Siempre el mal espíritu nos va a atacar por nuestros puntos más flacos y débiles, donde hemos dejado en el tiempo que la cosa marche torcida. Esos lados débiles son en los que siempre voy a ser tentados. El Papa Francisco nos diría que no nos dejémos robar el evangelio. Entre los puntos 78 y 100 de la exhortación apostólica, nos habla de la tentaciones: la mundanidad, dejarnos llevar por el pesimismo, la relativización, donde perdemos la alegría porque no nos jugamos, la asedia que nos termina quitando las ganas. También nos alerta sobre no dejarse robar la comunidad por los individualismos por celos, envidias, que abundan en nuestras comunidades y familias. Examinarse y ver, por gracia de Dios, dónde tengo que dolerme. Y ahí abrirme a la misericordia de Dios, que me escucha y me rescata.



El mal espíritu “como un vano enamorado” nos hace guardar secretos. La tentación es esconder lo que nos molesta por vergüenza, por creer que puedo manejarlo sólo. Son esas tentaciones donde algo que debería ser dicho, lo oculto. San ignacio dice que hay que compartirlo, no sólo en la confesión, sino con alguien que pueda escucharme. Son esas cosas que nos empeñamos en esconder, y siempre generan enriedos. Al “denunciarlo” (poder decírselo a quien corresponde) nos liberamos y el problema rápidamente se soluciona.


Las pasiones cuando no las cortamos a tiempo, avanzan. Discusiones, peleas, pensamientos que nos van dando manija y van creciendo sin límites…. Dejamos avanzar y crecer aquello que deberíamos cortar de entrada. Podemos tener razón, pero no tiene que ser por impulso. Que podamos ver estos perros interiores que nos ladran y nos hacen achicarnos.


Rezando frente a Jesús crucificado sentir hondamente “no quiero caer en estas oscuridades que me hacen daño”.



 

El pecado de David (2º Samuel 11 y 12)


El rey David, lleno de poder y riquezas, mirando por la ventana ve a una hermosa mujer bañándose y pide que se la traigan. Mantuvo relaciones con ella y quedó embarazada. Se trataba de la mujer de Urías, un fiel servidor que se encontraba en el frente de batalla. Informado David de la situación, pidió que enviara a Urías donde él. Urías participaba entonces de la segunda campaña contra los amonitas. David sugirió a Urías que bajara a su casa, implicando que atendiera a su esposa, pero Urías no lo hizo. Luego hizo referencia a un código de honor que no le permitía entrar a su casa para comer, beber y acostarse con su mujer mientras el arca de la Alianza, Israel y Judá habitaran en tiendas, y mientras Joab y sus guerreros compañeros acamparan en el suelo.


David quería ocultar su pecado, pero tras la negativa de Urías a ver a su esposa Betsabé, mandó a que pusiera a Urías en el frente de la batalla y lo dejaran solo para que muriera fácilmente. De este modo, el gran Rey David, por su pecado, se convertía en lo que él no era: un asesino.



Muerto Urías, fue avisado David y Betsabé hizo duelo por él. Pasado el luto, David envió por Betsabé y la recibió en su casa. El II Libro de Samuel especifica que ella dio a luz un hijo, pero la acción de David desagradó a Yahvé (II Samuel 11, 27).


Poco después, el profeta Natán, enviado por Dios, reprendió a David por el asesinato, contándole primero la historia presunta de un hombre rico y otro pobre: el rico tenía muchas ovejas mientras que el pobre sólo tenía una, a la que quería mucho. Un viajero visitó al rico pidiéndole de comer. El rico tomó la oveja del pobre y se la preparó para ofrecérsela al viajero.


Al oír esta historia, David se enojó y contestó: “¡Tan cierto como que Yahvé vive, que quien hizo esto merece la muerte! ,¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja por haber hecho semejante cosa y por no haber tenido compasión!”


Natán le respondió: “¡Tú eres ese hombre! Así dice Yahvé, Dios de Israel: Yo te ungí como rey sobre Israel, y te libré del poder de Saúl. Te di el palacio de tu amo, y puse sus mujeres en tus brazos. También te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra de Yahvé haciendo lo que le desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa! ¡Lo mataste con la espada de los amonitas! Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer” (2 Samuel 12, 7-10).


David se arrepintió profundamente de su pecado (2 Samuel 12,13) Aun así, Natán profetizó que su hijo ya nacido de la relación con Betsabé moriría, lo que sucedió siete días después, no obstante el ayuno guardado por David. Más tarde, engendraron a Salomón, quien sucedería a David en el trono.




“Que vea Señor”


A cuánto nos puede llevar la inadvertencia, el no tomarnos en serio. La inadvertencia de creer que uno maneja las situaciones, el dejarse atropellar por impulsos y pasiones, el no advertir las propias debilidades… a cuanta crueldad nos puede llevar, siendo alguien que no queriamos ser. David no era un criminal. Dios va a rescatar a David a través de una parábola: “¿qué dirías de alguien que tiene todas las ovejas y va a buscar la única qur hay en el campo del lado cuando llega un invitado”? “Es un miserable”.


Dios lo va a buscar donde sabe que David se puede rescatar. ¿A dónde te lleva tanta ceguera e inadvertencia?. Sólo aceptándolo uno cambia. Por eso lo necesitamos y pedimos este dolor de conocer internamente la raíz de mi pecado. Aunque Dios lo haya perdonado, David también debió sufrir las consencuencia de su pecado.


Oramos en estos días frente a la cruz, pidiéndole a la Dios que nos de profundo conocimiento de mi pecado, saliendo de la culpa psicológica, sino pidiendo el verdadero dolor que sólo Dios da para rescatarnos y liberarnos.


Cuántas consecuencias trae de dolor en la familia, el no estar atentos al corazón y no tener la vida direccionada. Ponéte frente a Jesús crucificado y creéle al Dios que desde el pecado, mirando tu consciencia, también te da paz y amor.


Nos puede servir tambien el texto de Lc 18, 35 donde Jesús se acerca a Jericó y se encuentra con el ciego que está al costado del camino pidiendo limosna. Como nosotros que limosnamos afectos, un cariño. Pero cuando nos acostumbramos, nos hace estar al costado del camino, descartados. El ciego grita, intentan callarlo, pero él grita más fuerte. “Hijo de David, ten piedad de mi”. Nos viene bien escuchar que Jesús es hijo de David, el gran profeta, que también era un pecador. ¿Qué quieres que haga?, le pregunta Jesús. Podemos responderle: “Que recobre la vista, que vuelva a ver quien soy para reencontrarme con vos y desde ahí conmigo mismo”.



Es Jesús crucificado el que me rescata y me muestra la misericordia del Padre. Quedémonos ahí frente al Jesús crucificado que nos rescata de nuestra ceguera e inadvertencias, que desde la cruz nos está dando lo mejor de sí: su amor y su vida entregada. La misericordia de Dios se mete hasta el fondo del barro de los hombres para sacar lo mejor nuestro.


Que Jesús nos encuentre desde su cruz, dispuestos a dejarnos reconciliar y abiertos a su miericordia infinita, porque tenemos que seguir adelante pero queremos hacerlo desde Él. Como siempre, pedimos a María que nos abra las puertas del corazón para acercarnos a Jesús.

 

 

                     Padre Fernando Cervera sj

 

 

 

Resumen del ejercicio


+ Ponerme frente a la mirada de Dios


+ Pedir “conocimiento interno de mi pecado, aborrecimiento del mismo, dolor porque por mí va el Señor a la cruz”.


+ Siguiendo esta contemplación del mundo que nos rodea, en donde vivimos, vernos como en una especie de cárcel. En esa composición de lugar, nos vamos a poner delante de Dios y vamos a ver nuestra propia vida. ¿Por qué pecados tengo que pedir perdón?


+ Rezar con el texto del pecado de David (2 Samuel 11 y 12), el Hijo Pródigo (Lc 15, 11-32) o el ciego de Jericó (Lc 18, 35).


 

Oleada Joven