Jesús nos invita a levantarnos, a dejar las mortajas de la muerte y seguirlo. Ir tras Él en la vida cotidiana. Por eso San Ignacino nos va a invitar, mientras escuchamos el llamado de Jesús a lo grande, a contemplar. En este caso, en relación a la anunciación, contemplaremos un triple cuadro: la Trinididad, el mundo, y el diálogo entre el ángel y María.
Nuevamente estamos juntos siguiendo en estos días de ejercicios, escuchando al Señor que nos llama, que confía en nosotros, que nos entusiasma, que nos adelanta que el camino es difícil, pero en esas dificultades nos va a mostrar su gloria y su fuerza. Siempre tratando de detenernos donde hallamos gusto, anotando los sentimientos, y tratando de reconocer y discernir qué sentimos si consolación o desolación, tentaciones, etc. Si estamos entusiasmados con la oración o si queremos levantarnos de la silla para hacer otra cosa. Ir anotando todo.
Jesús nos llama y ese llamado el Papa Francisco lo recalca en la Exhortación apostólica en el punto 121 “todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso, todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: «No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera […] y me lanzo a lo que está por delante» (Flp 3,12-13)”.
A veces echamos la culpa a los demás de lo que nosotros no hemos podido manejar. Nos alejamos de Él echando culpas a otros o al mismo Dios. Jesús nos invita a levantarnos, a dejar las mortajas de la muerte y seguirlo. Ir tras Él en la vida cotidiana. Por eso San Ignacino nos va a invitar, mientras escuchamos el llamado de Jesús a lo grande, a contemplar. Contemplar es mirar más allá, los gestos, los detalles que nos dicen algo de la persona amada. Ignacio te invita a que te detengas a que mires la totalidad del paisaje y luego los detalles. Aplicar los sentidos: escuchar lo que dicen, sentir el aroma del ambiente, gustar y mirar. Dejarnos invadir la cabeza y el corazón, mientras contemplamos la anunciación. Es el encuentro entre el ángel Gabriel y María, en el que se le anuncia que va a ser la madre de Dios (Lc 1, 5-25)
El ángel anunció a María
María está en su casa. San Ignacio nos hace ver la casa de María y el mundo. Primero el mundo con sus noticias y acontecimientos, las conversaciones y el barullo entre las personas, todos entretenidos con ello. Por otra parte la Trinidad mirando el mundo, cómo lo gobernamos, las cosas tristes y dolorosas, las injusticias, el dolor… y la decisión de que la 2º persona de la Trinidad se encarne para redimirlo. También escuchar el diálogo entre el ángel y María, ese diálogo sencillo en un lugar sencillo.
Todos nosotros vivimos como María, en las cosas de todos los días, y en medio de ello, Dios que se detiene en la pequeñez de María, y le habla. “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazareth?” llegó a decir Nicodemo sobre Jesús. Y la respuesta de María “Hágase”. La inmensidad de Dios frente a la pequeñez de María. La voz de Dios que anida en lo más íntimo de nuestra intimidad. María con sus temores, con su admiración, descubriendo que ella es capaz de mucho en medio de lo pequeño. En un niño envuelto en pañales se mostrará la grandeza de Dios. Ni en los terremotos, ni en las corridas bancarias está Dios, sino en lo casi insignificante.
No hace falta que nos disfracemos de piadosos, simplemente mostrar nuestra disponibilidad: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” como dice Samuel, o como María: “Yo soy la servidora del Señor”. Pongámonos junto a María y pidamos “conocer internamente a éste Dios que por mí se va a hacer hombre”. Volver a pedir no ser sordo a la llamada de Dios.
Dios que habita en lo sencillo
¿No querrá Dios nacer en lo más pobre de mí? ¿no vendrá a descubrir las cosas grandes que pueden salir de mis pobres respuestas? ¿no querrá sacar lo mejor de mi pequeñez?. Si Dios viene es porque tiene algo grande para mí.
Algo importante hay en mí donde Dios quiere hacerse transmitir a través mío. Contemplá a María, buscála. Contemplá la Trinidad que decide redimirnos. Contemplá todas las cosas de todos los días que ocupan tu corazón y no son importantes. No dejes que te roben los deseos de algo más, de una vida más honda.
Nos dice el Papa Francisco que “se trata de una verdadera espiritualidad encarnada en lo sencillo”. Ese es el evangelio que con más fuerza tiene que prender en nosotros. Francisco lo dice en el punto 123: “En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo. En algún tiempo mirada con desconfianza, ha sido objeto de revalorización en las décadas posteriores al Concilio. Fue Pablo VI en su Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi quien dio un impulso decisivo en ese sentido. Allí explica que la piedad popular «refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer» y que «hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe» Más cerca de nuestros días, Benedicto XVI, en América Latina, señaló que se trata de un «precioso tesoro de la Iglesia católica» y que en ella «aparece el alma de los pueblos latinoamericanos».”
Brochero, fue un claro ejemplo de ello, viviendo el evangelio con sencillez en medio de los suyos. La fe sencilla que nos transmitieron nuestros padres y abuelos, hay una semilla del Espíritu trabajando en lo sencillo. Eso no implica que lo intelectual no sea importante, pero es desde la pequeñez donde se llega a la grandeza.
Nuestra vida espiritual no se encarna hasta que no llega a lo hondo y a lo simple. Hasta las cosas tremendas por lo bello y hermoso, e incluso los tristes, también surgen de deseos y sentimientos muy simples. Es en esa realidad donde el evangelio más se hace carne, por eso Ignacio nos invita a contemplar a María, y en esa anunciación contemplar también tu vida. Pedile conocer cómo escuchar a Dios cuando aparece el miedo y el temor, cómo ofrecerle a Él la vida.
María está en sus quehaceres, no está haciendo nada especial. En medio de la ropa, mientras cocina, en la limpieza de la casa, ahí se manifiesta el ángel y del mismo modo se manifiesta en tu vida, mientras hacés lo de todos los días. Así es el Dios que Jesús nos transmite y que Ignacio nos invita a descubrir.
Padre Fernando Cervera sj
Resumen del ejercicio:
+ Ponerse bajo la mirada de Dios
+ Pedir gracia de “conocer internamente a éste Dios que por mí se va a hacer hombre”. Volver a pedir no ser sordo a la llamada de Dios.
+ Rezar con la anunciación (Lc 1, 5-25). San Ignacio nos hace ver la casa de María y el mundo. Primero el mundo con sus noticias y acontecimientos, las conversaciones y el barullo entre las personas, todos entretenidos con ello. Por otra parte la Trinidad mirando el mundo, cómo lo gobernamos, las cosas tristes y dolorosas, las injusticias, el dolor… y la decisión de que la 2º persona de la Trinidad se encarne para redimirlo. También escuchar el diálogo entre el ángel y María, ese diálogo sencillo en un lugar sencillo.