Diálogo del Padre y Jesús

miércoles, 16 de abril de
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En sus «Diálogos de Pasión», José Luis Martín Descalzo imagina una serie de diálogos que Jesús mantiene con los personajes de la pasión antes de que ésta comience, y cierra la serie con dos diálogos con Satanás y con el Padre. Este último diálogo (que es, en definitiva, una glosa de algunas ideas del discurso de Jesús en la Cena) es el que a continuación se reproduce.


Diálogo del Padre y Jesús


Jesús: Ahora, Padre, que se acerca el momento de volver a tus manos (si es que puede volver quien jamás se ha alejado), déjame agradecerte este don de ser hombre que Tú me regalaste durante treinta años.


Ha sido hermoso ¿sabes? Hermoso y doloroso, es bien cierto, mas, sobre todo, hermoso. Tener carne, sentirme débil, conocer el paso del tiempo por tus horas, amar desde más cerca y uno a uno, tender la mano a los amigos, comer con ellos en la misma mesa y ver sus ojos líquidos que tratan de decirte que te quieren, aunque luego mil veces su pobre corazón se descarríe.


¿Sabes, Padre?. Siempre quise a los hombres, pero ahora se diría que me he enamorado de ellos, precisamente porque son tan pequeños y necesitan tanto. Ahora ya no sabría vivir sin ser humano y por eso te pido -es mi último deseo en este mundo- que me permitas seguir siéndolo en las anchas praderas de lo eterno.


Déjame que me lleve este cuerpo, y estas manos, y estos ojos que en la tierra aprendieron a reir y llorar (nunca lo hicimos antes), y estos pies caminantes, y el pobre corazón, que fue, lo que mejor nos salió en los siete días iniciales.


No creas que me olvido del mal y de la muerte. ¿Cómo podría hacerlo ahora que los siento subir hacia mis venas? Yo conozco la fría violencia del hombre y el egoísmo sucio que respira su alma y sus pulmones. He visto la serpiente de su odio enroscándoseme en torno de mi vida; mas también he medido su ignorancia, su mirada de niños descarriados y he gustado el vino más hermoso: el del perdón. ¿Qué Dios seríamos nosotros si no tuviéramos nada que perdonar? 


El mal del hombre permite que se vea lo más hondo de nuestro ser, la última razón de nuestra triple existencia, ya que amor sin perdón es medio amor. 


El Padre: Bien se nota, hijo mío, que estás enamorado, pues hasta en sus defectos encuentras Tú virtudes. Mas yo voy a decirte que todo eso es cierto…muy relativamente. El hombre sólo es grande porque lo has sido Tú. Yo, que le amo tanto como puedas amarle, sé que hay hombres y hombres, sé cuántos viven muertos, y que, sin Ti, el puente entre el cielo y la tierra seguiría desierto y destruido. Ahora Tú has construido el nuevo puente, ahora Tú te has cruzado entre el hombre y nosotros, y ya no puedo verles sin verte siempre a Ti. 


Cuando miro sus manos recuerdo que son Tuyas, cuando leo sus ojos reflejan tu mirada, ya no hay «hombres», hay «Tú» multiplicado. ¿Cómo podría amarte sin amarles? ¿Cómo podría amarles sino amándote a Ti?


Gracias a Ti empiezan a ver que soy su Padre. Has cumplido tu oficio de buen hijo anunciándome y atando para siempre mis manos de justicia que ya se han vuelto manos solamente de amor.


Y sé muy bien cuánto dolor ha sido necesario para lograrlo. ¿Crees que no he visto tu espalda flagelada, tus sienes destrozadas, tus manos malheridas? ¡Si apenas puedo mirarte, Hijo, sin romper a llorar! ¡Si casi me arrepiento de haberte permitido ese descenso!


Así es fácil ser hombre: ¡subidos encima de tu sangre! Tienen vida porque cabalgan en tu muerte, son divinos porque Tú eres hombre y porque has muerto Tú.


Y ahora, Hijo, termina tu tarea, Tu Padre está contento porque el Hijo mayor está volviendo con mil millones de hijos pródigos cargados en su espalda. Y todos brillan como Tú, y Tú vuelves como un doble Dios con tanto engendramiento.


Ven, Hijo, ven y tráelos, que el Espíritu y Yo os esperamos para abrazaros por toda la Eternidad.



José Luis Martín Descalzo

En “Diálogos de Pasión”

 

Milagros Rodón