Jueves Santo: rituales de amor y despedida

jueves, 17 de abril de
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El Jueves Santo recuerda una serie de rituales de amistad que Jesús realizó a los suyos como gestos de despedida antes de morir. Rituales de inmenso cariño y exquisita delicadeza, de calidez afectuosa y de entrañable misericordia. Expresó así su ternura y devoción por los que más quería. Él mismo dijo que no había amor más grande que dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13) y el Evangelio de Juan nos recuerda que nos “amó hasta el fin” (13,1).

 

Este ritual de despedida, este adiós a su comunidad de discípulos, se realizó con una cena, les entregó como Memoria perpetua una misteriosa presencia personal entregando su Cuerpo y su Sangre como comida y bebida y les lavó los pies, arrodillándose frente a sus Apóstoles.

 

La Cena, el Lavatorio de los pies y la entrega de su Cuerpo y Sangre, todo era un sólo y único ritual de adiós, una especie de Testamento de palabras y gestos.

 

En el Evangelio de Juan aparecen dos de estos gestos. El mandamiento del amor fue expresado con palabras y el lavatorio de los pies se realizó con gestos. Primero fue el gesto y después la palabra. Primero el Lavatorio y después el mandato del amor. Quien comprenda el gesto, quién entienda el mensaje del Lavatorio, captará la esencia del Mandamiento del amor.

 

 

Arrodillado frente a los hombres,
el Dios-Siervo -en la Última Cena-
se abajó hasta el extremo.

Desde esa altura
-desde los pies humanos-
todo se ve distinto.

Todo queda arriba,
todo queda alto.

Dios –en cambio- no está arriba y distante.
Dios está abajo y cercano.

Él toca nuestros pies con sus manos
y besa los pies de un mundo cansado.
Los pies de los que recorren caminos humanos.
Aquellos senderos que han encontrado su destino
y los que lo que han errado.

Dios quita el polvo de viajes y cansancios.

Se muestra servicial, obediente y sumiso,
como un silencioso esclavo.

Se pone de rodillas
para rezarle al ser humano
-hecho del barro original de la Creación-
que es polvo y que polvo será.

El Dios del lavatorio de los pies
nos baña con sus lágrimas.
Su llanto es agua bendita que calma.

Nos limpia con el sudor de sus manos y frente.
Nos seca y nos cura con su milagroso manto.

Un Dios postrado frente a su hechura,
venerando la imagen y semejanza divina de su creatura.

Un Dios que nos lava de nuestras manchas,
y nos confiesa
-con el baño del agua-
sacándonos todas las máculas.

Un Dios postrado
que adora el misterio divino de todo lo humano.

Un Dios que reza.
Un Dios que le reza al ser humano.

Ojalá sus manos toquen nuestros pies,
y sus labios besen nuestro corazón.

Que todos sintamos su callado clamor:
Que el ser humano escuche
el ruego arrodillado de Dios.

Padre Eduardo Casas

 

 

 

Fuente: Radio María Argentina

 

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