La belleza de los pobres

viernes, 6 de junio de
image_pdfimage_print

 

Constantemente me gusta observar la naturaleza. Incluso cuando voy de camino por la ciudad, entre edificaciones, concreto y automóviles, me detengo a contemplar cuando, entre la basta e inminente obra del hombre, se asoma refulgente un colorido árbol que adorna la vía, !si!, que la adorna porque no me parece mejor atavío que aquella dada por manos del Señor, naturaleza perfecta pues Él es suma perfección y todo lo suyo es perfecto.  Me parece grandioso que cosas tan bellas pueden existir, y que, a su vez, tanta maravilla haya sido puesta bajo nuestro dominio aún para destruirla, si es nuestro gusto, puesto que, bien podemos reducir a muerte o mantener la vida que se nos ha puesto en sometimiento, y en esto último, ya no solo me refiero a la naturaleza.

 

Me ha sido imposible ignorar que en muchas de las esquinas más concurridas de la ciudad hay gente mendigando. Hoy precisamente observaba cómo un ciego con bastón guiaba a otro de la misma condición que le seguía recargando su mano sobre el hombro de aquel. Si no me percatara de la gran desgracia que acarrea la pobreza aún más acentuada por la discapacidad, esta situación de socorrerse mutuamente me hubiera conmovido. Pero el caso más bien me deja un resabio amargo.

 

La naturaleza es bella, es muy hermosa, y resulta fácil abstraerse de todo para zambullirse en tantas formas, texturas y colores como se pueda avizorar y que surgen ante nuestra mirada. Pero hay algo más bello que esto. Es mejor admirar la obra suprema de Dios, más bello que todo es el hombre, la criatura por excelencia. Si ha sido posible que nos olvidemos de cuidar la biosfera, es obvio,  que nos olvidemos de quienes, desfigurados por la pobreza, la discriminación y el hambre, yacen marginados. El hombre se ha olvidado del hombre.

 

Es más fácil ver lo externo, es más fácil conservar apariencias, es más fácil seguir patrones de moda porque puede ser conflictivo mirar a mi interior y mirar al interior del otro. Si miro al otro me puedo dar cuenta de que vale tanto como yo y de que es mi hermano, por tanto, adquiero una obligación ante él y ante lo que existe. Si me miro a mí, podré ver que, muchas veces he omitido ayudar a mi hermano, he incluso, he atentado contra la vida de él y contra mi vida misma. Así es, sería darme cuenta de que tengo tanto el poder de dar vida como muerte.

 

Así como lo poco que conservan las ciudades de espacios naturales fáciles de encontrar, así de poco conservan de belleza los marginados fáciles de ignorar. Pero son bellos, tienen una belleza eclipsada y disminuida por el desprecio pero que, internamente es basta como Basto e Infinito es el que los crió.

 

La pobreza es una gran ventaja, porque, como el pobre de Asís, permite dar valor a lo que realmente es valioso… 

 

Kristi Reyes