Evangelio según San Mateo 9,18-26

lunes, 30 de junio de
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Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá”.

Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: “Con sólo tocar su manto, quedaré curada”.Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”. Y desde ese instante la mujer quedó curada. 


Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: “Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme”. Y se reían de él.


Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.
Y esta noticia se divulgó por aquella región.


Palabra de Dios



 


P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay

 

 

Dos son las preguntas que podemos hacernos a partir del Evangelio de hoy.

 

La primera sería: ¿Cómo me acerco yo a Jesús? Aquí, el ícono que puede ayudarnos a ahondar en la pregunta es la mujer sangrante. Notemos que en medio de un amasijo de gente, en medio de un gentío que apretuja a Jesús, en el fondo, sólo ella es capaz de “alcanzarlo”, sólo ella es capaz de “tocarlo”.

 

Y es que hay una diferencia notable entre el resto de la gente y esta mujer. Mientas todo el mundo quiere simplemente “ver” al maestro, acercarse al hombre que se puso de moda (hoy diríamos sacarse una “selfie” con Jesús o robarle siquiera un autógrafo para decir después ‘estuve con él’), esta mujer se acerca en silencio, con humildad, sin estridencia, sin búsqueda de protagonismo (habrán notado que su testimonio, si bien aparece en el Evangelio, queda anónimo, es una mujer de quien no conocemos el nombre). Ella se acerca a Jesús, además, con su enfermedad a cuestas, con su “impureza” a cuestas (en la cultura de su tiempo, la mujer que padecía sangrados era considerada impura y era excluida de todo contacto con otros).

 

Cuánto debiéramos aprender de esta mujer y preguntarnos, con sinceridad ¿qué buscamos en nuestro “acercamiento” a Jesús? ¿cómo es que nos acercamos a él?

 

Lo primero, entonces, sería no ir a Jesús buscando fama, buscando prestigio personal, buscando que otro nos vean y aplaudan… Sino aprender a ir a Jesús en el silencio de nuestra oración, desde la humildad de un encuentro donde soy capaz de transparentar mis “impurezas” y mis “enfermedades”.

 

La segunda pregunta que podemos hacernos a la luz del Evangelio de hoy es esta: ¿dejo que Jesús se acerque verdaderamente a mí? ¿lo dejo entrar en la intimidad de mi casa, de mis cosas, de mi corazón, de mi vida? Aquí, la imagen que viene en nuestro auxilio es la del padre de la joven que ha muerto. Es un “alto jefe” como aclara el Evangelio y, sin embargo, es capaz de “postrarse” ante Jesús, es decir, de acercarse a Él también con humildad; es capaz además de invitarlo a la intimidad de su casa y de confiarle a Jesús lo más preciado que tiene la vida de su hija muerta.

 

Y ahora podemos preguntarnos si también nosotros somos capaces de llevar a Jesús a la intimidad de nuestro propio corazón, especialmente a esas zonas nuestras que se debaten entre la tiniebla, la muerte, la oscuridad, la falta de vida. Este hombre logra resucitar a su hija porque la pone de cara a Jesús; nosotros también, si queremos “resucitar” lo muerto que puede haber en nuestra vida es imprescindible poner nuestra vida de cara a Jesús.

 

Acabemos, nuestra meditación de hoy notando algo esencial que tienen en común los dos personajes del Evangelio: la confianza en Jesús. Es su confianza en él, es el haber puesto en Cristo su fe y su esperanza, lo que hace que ambos alcancen lo que buscaban: la sanación y la vida.

 

Con ellos, pidamos también nosotros hoy una triple Gracia: primero, la de aprender a acercarnos profundamente a Jesús; segundo, la de llevar a Jesús a la intimidad de nuestras enfermedades y zonas de muerte; tercero, la de confiar que en Él se halla la sanación y la vida en abundancia.

 

¡Que así sea!

 

Oleada Joven