Tender la mano es simplemente eso: dejar una oportunidad para el diálogo.
Vivimos en un mundo de tensiones y de choques, de rencores y de críticas, de etiquetas y de miedos.
Pasamos junto a personas a las que no saludamos, no miramos, no amamos. En ocasiones, ponemos etiquetas a las personas, las calificamos cuando ni siquiera sabemos cómo se llaman.
El panorama cambia profundamente cuando empezamos a ver al otro con ojos abiertos y disponibles, con esperanza y con alegría, con amor y con dulzura.
En este día puedo tender la mano a alguien. Quizá al vecino, con el que normalmente me cruzo por la escalera sin dirigir una palabra. O al vendedor de frutas, al que hasta ahora sólo miraba furtivamente al llegar la hora de pagar. O al funcionario de una oficina del gobierno, que manosea los papeles sin alzar los ojos, pero que tal vez espera sin decirlo que alguien le dé las gracias.
Con la mano tendida quiero, simplemente, dejarte un espacio en mi vida. Y pedirte, con respeto, que me permitas ser, al menos por unos instantes, un compañero de camino en esta aventura de la existencia humana, que empieza en esta tierra y que culmina, si supimos amar y dejarnos invadir por el amor, en el Reino de los cielos.