Había una vez un niño que jugaba, en el colegio, en el patio de su casa, el jugaba como todo niño y soñaba, los años pasaron y aquel niño sigue jugando, pero su sueño ahora es el de todo un país. Esta película nos muestra como el fútbol convierte en “héroe” a un jugador, y a la vez cómo ese jugador debe luchar para ganarse ese título, ir detrás de su sueño y no darse por vencido.
Aprovechamos el mundial donde todos hablan de fútbol para seguir recordando los buenos valores que deben estar ligados al deporte, como dice Francisco. En este caso la película Gol, nos enseña a luchar por nuestros sueños, a no darnos por vencidos y levantarse ante las dificultades.
Santiago Muñez (Kuno Becker) es un joven de nacionalidad mexicana que vive junto a su familia en Los Ángeles, EEUU, de condición muy pobre. Su padre le pide que trabaje con él en su negocio de jardinería y discuten muy seguido ya que el muchacho quiere ser futbolista y tiene talento para serlo, pero no tiene oportunidad de ingresar a un club. Cuando un ex jugador de la Premiere League (Liga Inglesa de Fútbol) lo ve jugar, le ofrece sus contactos para probarse en Newcastle United (Conocido club inglés) y este comienza a ahorrar para poder viajar.
Santiago deberá enfrentar a su padre y a sus miedos, pero el anhelo de ser un jugador profesional y el cariño del resto de su familia le darán fuerzas para dar pelea.
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Película:
EL JUGADOR:
Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar.
Los empresarios lo compran, lo venden, lo prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y más dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo.
En los otros oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años. Los músculos se cansan temprano:
-Éste no hace un gol ni con la cancha en bajada.
-¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero.
O antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.
Eduardo Galeano – “El fútbol a sol y sombra”