La oración debe arriesgar mi vida

martes, 15 de julio de
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La oración es estar en la presencia de Dios con las manos abiertas y el corazón abierto. Hay tantas cosas en mi vida de las cuales yo me agarro, cerrando el puño… Y si abro mis manos, todavía están ahí… Nada se cae, mis manos están abiertas. Eso es la oración. Después de un tiempo en que esté dispuesto a quedarme con las manos abiertas, bastante tiempo, vendrá el Señor, echará una mirada y rondará por mis manos para ver qué es lo que tengo. Puede quedar sorprendido: ¡Tantas cosas!; luego se me quedará mirando y me preguntará:

¿Te importaría si te quito un poco?
Y yo le contesto:
Claro que lo puedes tomar, `por eso estoy aquí con las manos abiertas.
Y tal vez el Señor echará un vistazo en esta ocasión y me preguntará:
¿Te importaría si te pusiera algo en tus manos?
Y yo le respondo:
Claro que no.

Este es el meollo de la oración, el Señor puede quitar y poner algo, nadie más puede hacer esto. Pero El si puede.
Es el Señor. Yo sólo tengo que abrir mi corazón y mis manos y quedarme ahí el tiempo suficiente para que el Señor venga.

La oración no es tanto una búsqueda. La búsqueda lleva consigo una parte de impaciencia, una actividad. Tengo que hacer algo. No, la oración es un esperar. El esperar coloca el énfasis sobre la otra persona, la que va ha venir. Lo único que yo puedo hacer es esperar a esta persona. Al esperar expreso mi impotencia, mi insuficiencia, y esa es mi disposición hacia Dios. No puedo forzar a Dios a que venga. Todo lo que puedo hacer es esperar y estar presente. Orar significa soltar mi control. Cuando oro ya no tengo el control, Dios es el que controla. Vendrá cuando crea ser el tiempo de venir. Orar es tener el valor de escuchar, de ceder mi autodeterminación.

La oración es esperar. Es esta espera la que sella y forma mi personalidad. Cuando estoy dispuesto a esperar me vuelvo diferente. La oración hace a una persona: atenta, contemplativa; en lugar de ser manipulante. El hombre de oración es receptivo en este mundo. No agarra, sino que acaricia; no muerde, toca; no cuestiona, sino que admira y adora.

Bonhoeffer reflexiona: “Si te rehusas a estar a solas contigo estás rechazando la llamada que Cristo te está haciendo”. Uno tiene que estar a solas para soportar la espera. Uno tiene que esperar, no tratar de escapar, sino esperar con todo su ser.

La oración no puede ser medida en los términos de “utilidad”. Solamente se puede comprender como una entrega total, sin querer sacarle algo externo a ella misma. De lo contrario puedo sentirme tentado a convenir mi oración en media hora de lectura o de contemplación de la naturaleza.

La oración es un desperdicio de tiempo. Y, más que eso, es un desgaste de uno mismo.

La vida de oración puede ser explicada en tres etapas:

– 1ª En la primera etapa la oración se centra en darme cuenta de que Dios es Amor, que me ama como yo soy (no como debería ser). Me conoce por mi nombre. La oración es calentarse al sol del amor que Dios me tiene hasta que al final de cuentas penetre todo mi ser.

– 2ª La oración en su segunda etapa se concentra en la persona de Cristo. Esto quiere decir que procuro conocer a Cristo mejor, amarlo y seguirlo más de cerca. Hasta poder decir: “No soy yo el que vive. Es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20).

– 3ª La tercera etapa de la oración es encontrar a Dios comprometido en la totalidad de la realidad, en cada persona, en cada cosa; es un decir Si a la realidad. Un enfoque positivo ante la vida. Un compromiso con lo más necesitado y más débil de este mundo. No puedo orar nunca si no estoy dispuesto a comprometerme por completo.

La oración no puede ser nunca un sustituto de la donación completa de mi ser.

Debo vivir de tal forma que pueda orar. La verdadera dificultad no es tanto la oración sino la forma en que vivo. Algunas veces me quejo de que la oración me pone tenso, no puedo orar regularmente. Esto es seguramente un escape. Mi manera de vivir, sencillamente, no va de acuerdo con mi oración. Cuando oro sin abrir las manos. Cuando no le doy a Dios completa libertad…, mi oración es seca, vacía y desolada. La oración debe arriesgar mi vida…

Autor: Piet Van Breemen SJ