Evangelio según San Marcos 5, 1-20

sábado, 22 de enero de
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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, a la región de los gerasenos. En cuanto desembarcó Jesús, le salió al encuentro de entre los sepulcros un hombre poseído por un espíritu impuro. Vivía entre los sepulcros y nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían sujetado con argollas y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado las argollas. Nadie podía dominarlo.
Continuamente, día y noche, andaba entre los sepulcros y por la montaña, dando gritos e hiriéndose con piedras.
Al ver a Jesús desde lejos, vino corriendo y se postró ante él, gritando con todas sus fuerzas:
«¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes».
Es que Jesús le estaba diciendo:
«Espíritu impuro, sal de este hombre».
Entonces le preguntó:
«¿Cómo te llamas?»
Le respondió:
«Legión es mi nombre, porque somos muchos».
Y le rogaba insistentemente que no los echara de la región.
Había allí cerca una gran cantidad de cerdos, que estaban buscando alimento al pie de la montaña, y los demonios rogaron a Jesús:
«Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos».
Les permitió Jesús y los espíritus impuros salieron para entrar en los cerdos, que se lanzaron al lago desde lo alto del barranco, y los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron en el lago.
Los que cuidaban los cerdos huyeron y lo contaron tanto en la ciudad como en los alrededores. La gente fue a ver lo que había sucedido. Llegaron donde estaba Jesús y, al ver que el endemoniado que había tenido la legión estaba sentado, vestido y en su sano juicio, se llenaron de temor. Los testigos les contaron lo ocurrido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio.
Al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía que lo dejara ir con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo:
«Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti».
El se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos se
quedaban maravillados.

 

Palabra de Dios


 

Pbro. Maximiliano Turri

 

 

Celebrar este día la liturgia y no hacer referencia a Don Bosco, es en definitiva no aprovechar lo que la Iglesia hoy nos ofrece a reflexionar con semejante figura para la pastoral juvenil de todo el mundo.
 
Reconocer a Don Bosco es repetir lo que dice el Salmo en su antífona: “Sean fuertes lo que esperan en el Señor”. Nos viene bien para descubrir por qué alguien es llamado santo.
Don Bosco hizo de su vida un acto de confianza, de espera en Dios. Él y en él los santos nos ayudan con su modo de vivir a descubrir cómo podemos hacerlo nosotros. Ellos son dice el Papa Benedicto XVI, en el último documento sobre la Palabra de Dios, “intérpretes de la Sagrada Escritura”, en ellos leemos cómo la Palabra capaz de transformarlo todo, ellos se dejaron transformar por la misma Palabra de Dios.
 
Un error que nosotros podemos cometer es querer copiarlos, no podríamos imitarlos, ni repetir el cómo ellos lo hicieron, pero si nos viene bien ver por qué y con qué fuerza lo hicieron. Su razón, el motivo fue Jesucristo, y su fuerza fue la gracia que los sostenía. Sostenidos, motivados, impulsados en la vida de Dios, lo que nosotros llamamos la gracia.
Él se dejó guiar por los hechos de su vida, él se dejó sostener por la fuerza que le venía de Dios.
 
Nosotros no somos Don Bosco, quienes estamos a cargo de las pastorales juveniles no podemos imitar y hacer exactamente lo que él hizo, pero sí podemos esperar como él, sí podemos poner nuestra confianza como él lo hizo, y sí podemos poner nuestra mirada en quien él mismo también lo hizo.
 
Que la antífona del Salmo de hoy Sean fuertes lo que esperan en el Señor, a imagen de Don Bosco nos ayude a todos a poner nuestra confianza y nuestra fuerza en Jesús.
Que Dios te bendiga.

 

Oleada Joven