“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes!
¡Ay de ustedes, guías, ciegos, que dicen: ‘Si se jura por el santuario, el juramento no vale; pero si se jura por el oro del santuario, entonces sí que vale’! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante: el oro o el santuario que hace sagrado el oro?
Ustedes dicen también: ‘Si se jura por el altar, el juramento no vale, pero vale si se jura por la ofrenda que está sobre el altar’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar que hace sagrada esa ofrenda?
Ahora bien, jurar por el altar, es jurar por él y por todo lo que está sobre él. Jurar por el santuario, es jurar por él y por aquel que lo habita. Jurar por el cielo, es jurar por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él.
Palabra de Dios
P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay
A la luz de la lectura de hoy, les invito a reflexionar sobre esta durísima acusación que Jesús repite mucho a lo largo y ancho del Evangelio, hablo de llamar “hipócritas” a los escribas y fariseos.
Una de las raíces de la palabra “hipócrita”, se relaciona con el Teatro Griego. Allí, el hipócrita era, propiamente, el “actor”, es decir, aquel que para representar un papel se ponía una máscara, un disfraz. Así, lo que ese sujeto dice o hace sobre el escenario es “pura actuación”, su vida no tiene nada que ver con ello.
En la vida, la tentación de la hipocresía nos visita a todos. Y aquí radica el mayor peligro del espíritu fariseo o escriba, el de vivir “dos vidas”. Una, la del “escenario”: cuando me pongo el disfraz o me escondo detrás de máscaras; así, los otros acaban viéndome como en realidad no soy. Allí, lo único que hago es representar un papel, un rol, un “personaje”. Allí soy “buen sacerdote, o buen esposo, o buen profesor, o buen cristiano, o buen hijo, o buen abogado, etc., etc. Aunque mi corazón esté a años luz del personaje, de la máscara, del disfraz.
La otra vida, la que sólo uno y Dios conocen, es la vida auténtica, la vida del corazón, la vida que verdaderamente vivo cuando se apagan las luces, cuando se baja el telón. Allí se deja ver lo que verdaderamente siento, pienso, sueño, quiero, anhelo… Allí se muestra quién verdaderamente soy y qué es lo que más fundamentalmente vivo. Es la vida de mi intimidad, es lo que hago los “fines de semana” o en “mi tiempo libre” (cuando no tengo que marcar tarjeta), es lo que hago cuando nadie me ve, cuando no estoy actuando para nadie… es lo que vivo desde el corazón y en conciencia.
Una buena pregunta para meditar el día de hoy, entonces, podría ser la siguiente: ¿Desde dónde estoy viviendo en este momento de mi vida? ¿Vivo desde la máscara, el disfraz, la actuación, el personaje, el papel que me “tocó representar”?… ¿O vivo desde la vida verdadera, desde el corazón, desde lo que en verdad siento, pienso y hay en mi conciencia?
Los hombres y mujeres del siglo XXI, tan ávidos de la aceptación y el reconocimiento a cualquier precio, corremos el gran peligro de acabar en la hipocresía, de vivir para la tribuna. Nuestro siglo XXI bien puede acabar siendo un pobre “baile de disfraces” o “baile de máscaras” donde todos actuamos lo que no somos, transando así con la hipocresía propia y ajena. Piensen si no vamos, como generación lo digo, como humanidad, como cultura, si no vamos representando con disfraces y máscaras los personajes que no somos. Piensen, además, si no vivimos con un miedo atroz a que alguien descubra lo que verdaderamente somos…
Jesús nos avisa que enmascarados, aparentando lo que no somos, corremos el riesgo de perdernos el Reino por hipócritas, como los fariseos y escribas, que sólo velan por aparentar lo que no son.
¿Cuál es el mejor antídoto contra la hipocresía? ¡La humildad! ¡Sí, la humildad! Que, como bien decía Santa Teresa, es “caminar en la verdad”. Será por eso que Cristo nos llama tantas veces a la humildad. Porque la humildad nos invita a aceptar de verdad lo que en verdad somos. Porque la humildad nos invita a abandonar la mentira de esas máscaras o falsas imágenes que nosotros mismos nos empeñamos en proyectar hacia afuera. Porque la humildad nos invita a vivir en y desde nuestra propia realidad: de cara a Dios, de cara a nuestros hermanos, de cara a nosotros mismos.
Vamos a pedir este día la Gracia de la Humildad, la Gracia de vivir una sola vida: ¡la verdadera!
Que así sea.