Contra la indecisión

miércoles, 17 de septiembre de
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Vinoba Bahve, el predilecto de los discípulos de Gandhi, tenía una virtud que era muy apreciada por sus alumnos: la de ver las cosas con claridad y decidirlas aún con mayor rapidez y sin vacilaciones. Con frecuencia alguno iba a consultarle, y entonces el maestro dejaba caer la azada y tomaba la rueca para poder escuchar mejor. El alumno contaba ahora su problema con todo cúmulo de divagaciones y circunloquios, y el maestro siempre acababa cortando:

– Vamos al grano. Resumo lo que usted me ha dicho.

Y el consultante veía, casi aterrado, cómo toda su historia se reducía a una forma precisa como una ecuación.

– ¿Es exacta? , preguntaba el maestro.

– Sí, exacta -contestaba el alumno con ojos inquietos y rostro desencajado.

– La solución – decía entonces el maestro – es sencilla.

– Sí, respondía el otro, es sencilla y explicaba cómo ya la había visto él: Pero lo malo , añadía, es que es terriblemente difícil.

– No es culpa ni tuya ni mía que sea difícil , decía el maestro. Ahora vete y obra según las conclusiones que tú mismo has sacado. Y no me hagas perder tiempo a mí pensando una misma cosa dos veces y no pierdas tú el tiempo pensando en si es difícil o no: Hazla.

Y es que Vinoba, que tan rápidamente comprendía, emprendía, partía, renunciaba en un instante, sabía sobre todo liberar a la gente del peor de los males, que es oscilar entre propósitos opuestos. Sabía empujar la más difícil de las tareas, que es la de empezar a hacer cualquier cosa en seguida.

Me parece que cualquiera que conozca un poquito la historia de las almas entenderá a la perfección este consejo de Vinoba: es siempre muchísimo mayor el tiempo que perdemos en tomar una decisión que en realizarla, y de cada cien cosas que dejamos de hacer, tal vez quince o veinte las abandonamos porque las creemos un error, mientras que las otras ochenta las dejamos por falta de coraje, aun estando seguros o casi seguros de que hubiéramos debido emprenderlas.

Y es que empezamos con que, al encontrarnos ante un dilema, carecemos casi por completo de objetividad para valorar los pros o los contras. En muchos casos nos ciega la simple ilusión, la vanidad de ocupar tal o cual puesto y nos lanzamos a él sin haberlo meditado en absoluto.

En otros casos, los más, las vacilaciones se apoderan de nosotros: «¿Y si no sirvo? ¿Y si luego me sale mal? ¿Y si no me entiendo con los nuevos jefes? ¡Con lo cómodo que estoy donde estoy!»

Y las preguntas crecen y crecen, y las dificultades – muchas puramente imaginarias – se cruzan en el camino o dejamos que el tiempo pase y las ocasiones se pierdan para acabar después, tal vez toda la vida, adorando aquella ocasión que tuvimos y no aprovechamos.

Y esto ocurre en lo profesional, en el amor, en lo espiritual, en todo. Cruzan por toda la vida muchos trenes que, por un momento, nos parecieron los nuestros, pero a los que dejamos ir para que luego se aplique aquel tristísimo verso de Machado: «El amor, amigo, pasó por tu casa. Pasó por tu puerta, dos veces no pasa.»

No estoy, lógicamente, apostando por la precipitación, pero sí advirtiendo del venenillo de la indecisión, de las esperas de príncipes azules en el amor y de ese maravilloso encuentro con Dios que se tendrá un día, mientras Él llama todos los días muerto de frío a la puerta de las casas.

Las aventuras son para entrar en ellas. Escribió en cierta ocasión Hebbel: « Si te atrae una lucecita, síguela. ¿Que te conduce a un pantano? ¡Ya saldrás de él! Pero si no la sigues, toda la vida te martirizarás pensando que acaso era tu estrella.»

Aparte de todo esto hay algo bastante evidente: aun en la decisión más confusa hay fragmentos clarísimos. A mí me llegan, por ejemplo, muchachos con ciertas dudas de fe o de orientación de sus vidas, y yo siempre les pregunto: vamos a ver cuáles son las cosas que ves claras y cuáles las confusas. Y ahora vamos a empezar a trabajar juntos en las que veamos claras; luego, sobre la marcha, se nos irán aclarando las confusas.

Por ejemplo: es claro que todo hombre tiene obligación de amar a sus semejantes, pues empecemos por amar, por ser buena gente, por llenar nuestras vidas. Porque no es verdad que el amor nazca siempre de la fe, lo más corriente es que la fe se aclare en un corazón que ya ama.

Por lo menos, en todo caso, eso no nos dejará perdidos en la babia de la indecisión, sin hacer nada. Estaremos haciendo algo, y lo que hagamos amando no será agua perdida.

 

José Luis Martín Descalzo

Razones desde la otra orilla

 

Milagros Rodón