MI VIDA A TU SERVICIO

viernes, 7 de noviembre de

Cotidianamente dejamos que transcurran los días sin ninguna enseñanza, sin ningún aprendizaje, sin ningún mérito. Hacemos o cumplimos con nuestras obligaciones y de repente despertamos y ya es un nuevo día, que trae de por sí sus obligaciones para realizarse una y otra vez. Si resumimos la vida a sólo eso, entonces la vida sería dejar que transcurra el tiempo haciendo “lo que nos toca”, y volviéndola un poco vana. Pero esto no es así porque siempre, siempre, mientras se tenga vida, hay oportunidad de cambiar y de volver a empezar.

 

El cuerpo del ser humano realiza diferentes funciones fisiológicas que le permiten tomar conciencia de su existencia, tiene vida, decimos. Luego, el ser humano piensa, se comunica y siente. Y debido a esto es que, todos los seres humanos establecemos vínculos con los demás que nos permiten satisfacer nuestras necesidades, por eso, nuestras sociedades están basadas en las relaciones, donde el núcleo más pequeño y primordial es la familia, o sea, la familia es la más pequeña sociedad de donde todos provenimos, o así debería de ser. Así, nos relacionamos a lo largo de nuestro desarrollo personal y creamos relaciones de amistad, de noviazgo, de compañerismo y demás, con quienes creemos es conveniente o con quienes nos agradan.

 

Las relaciones que conservamos están en nuestras vidas porque así lo elegimos. Y, elegimos estar con dichas personas porque son quienes nos atraen como un espejo de lo que yo mismo soy: alguien a quién conocer porque yo mismo no me conozco del todo. Creemos encontrar en el otro la respuesta a lo que yo soy -que aquel sea quién me diga quién soy yo-. Creemos conocernos más a nosotros mismos en la medida en que conocemos al “otro”. Quién es más diferente a mí o a quién menos entiendo, más me va a causar desagrado y menos voy a querer relacionarme con él puesto que no vamos a tener cosas en común y por tanto, menos ocasiones de satisfacción encontraré en esa relación. Regularmente, todo lo que es diferente a nosotros o lo que nos cuesta trabajo entender, nos provoca repulsión. Preferimos emplear nuestro tiempo en algo o alguien “de provecho” antes que involucrarnos con alguien a quien no entiendo y con quien probablemente me disguste por esa misma razón.

 

En las relaciones intentamos, por lo regular, obtener siempre algo. Hacemos favores a quienes apreciamos porque internamente sabemos que el afecto es mutuo y que se retroalimenta y, porque, relativamente, no nos cuesta trabajo obrar en favor de alguien que queremos porque entendemos que su bienestar es mi bienestar.

 

Cumplimos con nuestras obligaciones de buena gana y creemos que con eso ya estamos siendo serviciales, lo cual, en parte es cierto pero el verdadero servicio exige aún más. Muchas veces hemos escuchado acerca de nuestra vocación al servicio, y más aún estamos dispuestos a cumplirla “en cuanto se nos presente la ocasión”. Mientras tanto, quizá sí realice mi trabajo alegremente y con gratitud, sí contribuya con el sustento para el sostenimiento y la educación de mis hijos y familia, quizá sí sea un hijo al pendiente de las necesidades de sus padres y quizá aporte monetariamente a las obras de la iglesia, pero, sin darme cuenta, estoy corriendo el riesgo de conformarme con ello y, consecuentemente, voy a empezar a verlas como obligaciones y a cumplirlas como tales. Pero cuando mi única finalidad es el servicio –dar con alegría y sin limites y no por obligación- conforme me lo permitan mis capacidades aunque realice poco a los ojos de los demás, soy capaz de servir a todos sin distinción y no sólo a quién me conviene o a quién me está impuesto servir.

 

Ponerme al servicio de los demás no necesariamente implica dar algo que me va a doler. Si dar causa dolor es porque, dominados por la egolatría, de antemano sabemos que no se nos va a retribuir. Servir tampoco es realizar acciones sobrehumanas a costa de nuestra propia salud, ni tampoco evadir los deberes que tengo ante mi familia so pretexto de ir a atender a  los que sufren. Ni tampoco, servir es dar fríamente, “que al cabo es un servicio”. Y nunca, bajo ninguna circunstancia, es poner en riesgo nuestra integridad.

 

Lo que verdaderamente es el servicio, es, brindarme con alegría e incondicionalmente y sin esperar una gratificación a cambio de mi servicio a todo aquel que lo necesite sin tomar en cuenta si la persona es de mi agrado o no. Por eso, mientras se tenga una intensión pura, estaremos hablando de servicio verdadero. No cabe el servicio cuando se pretende obtener un pago a cambio de él. La intensión pura no esconde un motivo oculto bajo la aparente obra de caridad que realizamos. Y digo obra de caridad porque finalmente sólo puede ser servidor quien ama verdaderamente, el servicio es una obra de amor, por eso es una de las enseñanzas de Nuestro Señor.   

 

Finalmente, la vida no es tan complicada. Lo que la complica es querer imponer criterios en quienes son diferentes a nosotros. De ahí las relaciones malsanas. Pero, por el otro lado, hay que encontrar la manera de relacionarnos afectivamente de una manera saludable y de la misma manera estar al servicio del otro. Como todos estamos vivos, tenemos maneras de pensar y sentir diferentes y a veces esas diferencias nos hieren o causan disgusto. Debemos de aprender de todas ellas. Cuando tengo una muy mala experiencia y me pregunto si vale la pena la vida, encuentro que esas desavenencias son necesarias para tener claridad de aquello que verdaderamente es importante. Ahora entiendo el franco significado de la amistad y apuesto por ella pese a todo. Hay quien dice que, la amistad es el amor más puro, y por eso, está íntimamente ligada al servicio. Y también, el servicio, por ser un acto de amor, debe ser un acto lleno de alegría, no de pesar. El bien hecho al otro debe rebozar de alegría.

 

La vida está llena de relaciones y de pequeños encuentros con los demás y en todas ellas está un gran potencial para desarrollarnos más humanamente y de alcanzar los ideales más profundos. Latentemente, en las relaciones hay esperanza, hay caridad,  hay confianza, hay aceptación, hay comprensión y muchas otras cosas más, por eso no hagamos de ellas un medio de destrucción sino un factor de cambio y un medio para ponernos al servicio no solo de los más necesitados si no de aquellos más cercanos a nosotros. El servicio a estos últimos puede estar, sencillamente, en la atención de calidad que podamos proporcionarles, en una sonrisa, en un momento de juegos y risas. La vida es una oportunidad hermosa para crecer. Si pasáramos nuestros días haciendo rutinariamente lo que siempre hacemos sin detenernos a pensar lo mucho que podemos aportar a la sociedad, eso sí sería una vida sin sentido. Pero la belleza de la vida cosiste en los instantes donde nos dedicamos al otro. 

 

Kristi Reyes