Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:”De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?”. Jesús respondió: “Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: ‘Soy yo’, y también: ‘El tiempo está cerca’. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin”. Después les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.”
Palabra de Dios
Monseñor Fernando Maletti Obispo de la Diócesis de Merlo – Moreno
Queridos hermanos, hermanas, hoy se nos presenta el evangelio de San Lucas capítulos 21 versículos 5 a 9.
El Señor nos está hablando de la ruina de Jerusalen. Ciertamente que en ésta semana donde hemos celebrado la fiesta de Cristo Rey, Jesucristo, Señor y Rey del universo, viene muy atinado este evangelio, donde:
Por un lado Jesús mirando a Jerusalen advierte que no quedara piedra sobre piedra, es decir que, con su entrega definitiva al Padre en la cruz, como Rey y Señor del universo va a restaurar en Él todas las cosas
Y por otro lado nos advierte que no sigamo aquellas cosas que son la antítesis de Jesucristo y por lo tanto no sigamos los dictamenes de nuestras pasiones de nuestros impulsos, de nuestros sentidos, de nuestra afectividad muchas veces no madura, sino que podamos seguir al verdadero Jesús, el Jesús de la entrega, el Jesús del servicio, el Jesús de la generosidad, el Jesús de “ver en el otro” al mismo rostro de Jesús.
Por eso nos podemos preguntar, mientras caminamos hacia el Adviento y contemplamos a Cristo Rey, ¿Cómo será el cielo? El cielo presisamente será poder estar a la vista de Dios, poder estar todos los hermanos celebrando eternamente las maravillas que Dios ha hecho y hace en medio de su pueblo. Esto no tiene nada que ver por lo tanto con el esplendor humano de las construcciones que hacemos los hombres, sino con la fuerza de Dios que nos ha creado para llevarnos allí y que nuestro corazón siempre va a estar inquieto hasta que no descanse presisamente en el Señor.