En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.Pero el Angel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido.Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al Angel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”.
El Angel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,porque no hay nada imposible para Dios”.
María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Y el Angel se alejó.
Palabra de Dios
P. Germán Lechinni Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay
Hoy celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Les invito, entonces, a que meditemos juntos en torno a este Dogma, porque lo que en él se afirma, tiene una muy interesante consecuencia para nuestras vidas.
Según el Dogma de la Inmaculada Concepción María fue concebida, a diferencia de nosotros, sin pecado original. ¿De dónde sacamos esta conclusión los cristianos? Pues muy fácil, del Evangelio de hoy, donde a María se le da un nombre propio bien particular: “la llena de Gracia”. Recordemos aquello que decía San Juan Pablo II: “Dios reunió todas las Gracias y las llamó María”. María es llamada por el mismísimo Arcángel Gabriel con este especial nombre propio, “la llena de Gracia”. Es lógico, por tanto, que esta mujer cuyo nombre es la Gracia total, la Gracia en plenitud, no conociera pecado alguno, ni cargara –como nosotros- con la culpa del pecado original.
Ahora bien, y aquí vamos llegando a nosotros, podemos preguntarnos –como varios teólogos lo han hecho- ¿por qué Dios concedería a esta mujer un “privilegio” tan único? Respuesta: por la Misión que le iba a encomendar, a saber, ser la Madre de su Hijo, ser el Templo del Espíritu Santo, ser el “Arca de la Nueva Alianza”. El privilegio de María, de estar absolutamente llena de Gracia se ordena, entonces, en vistas a su Misión en la historia.
Aquí está, entonces, el punto sobre el que les invito hoy a meditar: ¿Qué Gracia, qué privilegios, qué dones me ha regalado a mí el Señor? Es vital responder a esta pregunta, porque según los “privilegios”, los “dones”, las “Gracias recibidas de parte de Dios”, según eso digo, seguro que el Señor querrá –como a María- encomendarnos una Misión! Sólo quien tiene claro los dones y Gracias que ha recibido de parte de Dios, podrá acertar con ello a la Misión que Dios tiene para él en la historia y en el mundo.
Conocer nuestros dones, reconocer las Gracias recibidas y, como María, decir “SÍ” al Señor que viene a encomendarnos una Misión para nuestras vidas. Todo don, toda Gracia, todo regalo, todo privilegio… se ordena de cara a una gran Misión que Dios pensó para nosotros. María aceptó el don, María aceptó la Gracia, María aceptó la Misión…
Junto con María, entonces, siguiendo aquel hermoso poema de Santa Teresa de Jesús, les invito a concluir nuestra meditación de hoy ofreciendo –como nuestra Madre- nuestra vida entera al Señor… Digamos junto a Santa Teresa, con los labios de María:
Vuestra soy, para vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,Vuestra, pues me redimistes,Vuestra, pues que me sufristes,Vuestra, pues que me llamastes,Vuestra, porque me esperastes,Vuestra, pues no me perdí.¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,Yo le pongo en vuestra palma,Mi cuerpo, mi vida y alma,Mis entrañas y afición;Dulce Esposo y redenciónPues por vuestra me ofrecí.¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:Dad salud o enfermedad,Honra o deshonra me dad,Dadme guerra o paz crecida,Flaqueza o fuerza cumplida,Que a todo digo que sí.¿Qué queréis hacer de mí?
Ojalá podamos cumplir con María estas palabras, que de lo que Dios venga, a todo digamos “SÍ”.
¡Que así sea!