En el aniversario de la ordenación de nuestro querido Papa Francisco comparto este fragmento del libro “Un cura se confiesa” nada menos que de Martín Descalzo, un autor un tanto manoseado que en este escrito demuestra que es mucho más que algunos artículos con palabras dulzonas y esperanzadoras:
“(…) La pasión vino enseguida, vino el sueño obsesivo, la carne ya sin sueños, el estrujarse los ojos con los puños, la tentacion retórica, los deseos más o menos brutales y la hombría. El asquearse de todo, la tristeza, el cerrarse del alma, el entender la vida con un sentido trágico, el hacerse la iglesia la tortura mayor, el comulgar sin que supiese nada. El pensar que pesaba la sotana, decirse muchas veces: ‘Esto se viene abajo’.
No sé si esto les pasaba a mis compañeros. Quizá todos vivieron lo mismo antes o después, porque en el fondo la vida es igual para todos, y quien ha vivido una vida hasta el fondo puede decir que las ha vivido todas. Sí, hemos sentido casi todo lo que vosotros habéis sentido, porque no son las calles lo que hacen la vida sino la propia alma. Y en nosotros todo esto ha sido quizá más doloroso que en el resto del mundo porque ha ido siempre cruzado con ese otro mundo de ideal, de espera de cosas tan enormes. La tentación es dura, sí, pero duele mil veces más la conciencia de la propia idiotez, cuando uno sabe a dónde va su vida. Lo doloroso no es amar la carne, ni siquiera sentir que uno la ama, lo tremendo es saber que uno va a ser sacerdote, que quiere serlo con todas las células de su alma, y que la parte más baja de nosotros, pero al cabo nuestra, no deja por eso de amar y desear la carne.
Creo que ese momento de desesperación y rabia lo hemos sentido todos. Ese dolor de ver que nuestra vida, que debía ser una pura línea de luz, sube y baja como un corcho en el mar. Sentir que uno, por la mañana, promete a Dios salvar el mundo, y a mediodía se le escapan los ojos al paso de una chica, sin que por eso deje de querer salvar el mundo. Ser santo es muy difícil. Quizá ya es bastante quererlo. Pero la gran dificultad no está en ser santo sino en llegar a serlo, en todo ese camino de vacío y de hueco, de estar siempre jugando al escondite con Dios y con el diablo. ¡Oh, las tacañerías en la entrega, cómo duelen!”
Fuente: Libro “Un cura se confiesa”, de José Luis Martín Descalzo.