Evangelio según San Mateo 16,24-28

jueves, 6 de agosto de
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Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.

 

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.

 

Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino”.

 

 

Palabra de Dios

 

 

 


P. Matías Jurado Sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires

 

 

 

Cada uno de nosotros carga su cruz, su sufrimiento, cada día. Creo que es fundamental saber eso y poder aceptarlo. Creer que acá en la tierra ya hay gente redimida, que vive como en el cielo, en medio de riquezas espectaculares, plenamente feliz es falso. La vida en este mundo es, como dice un sacerdote amigo, una sinfonía inconclusa. Y esa, aunque más no sea, es nuestra cruz de cada día. Nuestros límites, los límites de los demás, la imperfección del mundo. No: todavía no estamos en el cielo.

Pero además de esa cruz recibida, también hay cruces que nos buscamos. Algunas sanas y otras no tanto. Cuando quiero algo que no es de Dios, que no me hace bien, me gasto y me desgasto en tratar de conseguirlo. Y, aunque lo consiga, no me deja lleno, no me deja en paz. No, hay cosas que, aunque las tengamos, no nos hacen felices. Esa sería una cruz no sana. La cruz sana es la que nace de buscar algo bueno. Todo el sufrimiento que transcurre en el camino hasta alcanzar ese objetivo bueno. Todo el sacrificio que hacemos, todo lo que dejamos de lado para conseguir eso y solo eso.

Y otra cruz, fundamental, es la que nace del amor. Cuando amamos a alguien sufrimos. Dice el P. Menapace: el que se arriesga a amar… se compromete a sufrir. Y es tal cual. Sufrimos en el amar, porque ese al que amamos no es feliz del todo, porque ese al que amamos no está siempre con nosotros, o porque se lastima, o porque sufre.

Hoy Jesús nos propone dejar todo lo que no sea bueno, todo lo que nos hace mal. Nos invita a que lo amemos, que por su amor sigamos el camino que nos propone. Que nos arriesguemos a amar. Sólo así la vida vale la pena.

Ese que se encierra en él mismo, que no abre su corazón, por miedo o por otros motivos, ese que no deja que el dolor de los demás lo roce, ese que encapsula su corazón , ese pierde su vida. Ese que no se siente digno de dejarse amar por sus hermanos o por Dios. Ese también pierde su vida.

La vida, lo esencial de la vida, transcurre en el dejarse amar, en el aceptarse amable y amado. Por Dios y por los demás. Y, desde ahí, poder salir a corresponder con ese amor.

– Pidámosle hoy a Dios que nos abra las barreras de nuestro corazón, que nos ayude a soltar amarras. Que hoy, de una forma más arriesgada podamos sumergirnos más en su amor.

 

 

Fuente: Radio María Argentina

 

 

Radio Maria Argentina