Evangelio según San Mateo 22,34-40

miércoles, 19 de agosto de
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Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”.

 

Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”.

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


 

P. Matías Jurado Sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires

 

 

 

Un par de detalles de este evangelio, para quedarnos meditando: Primero: hasta de las peleas o de las pruebas que le ponen, Jesús nos muestra que es capaz de sacar algo bueno. Lo pelean y aprovecha para dejar en claro el mandamiento más importante. Lo lindo es que puede seguir haciendo lo mismo con nuestras macanas.

Segundo: Jesús responde a la pregunta. Le preguntaron sobre el mandamiento más importante, pero no sobre lo más importante. Amar a Dios y al prójimo es importante. Re importante. Pero está lejos de ser lo más importante. Porque lo más importante lo dice Jesús al hacerse hombre, al hablarnos, al curarnos, al acompañarnos, al dar la vida por nosotros. Lo más importante de nuestra fe no es lo que nosotros podemos llegar a hacer por Dios, sino lo que él hace por nosotros. Sí: lo más importante es que él te ama. Tanto, que ni te lo podes imaginar. Tanto que es difícil de creer.

Tercero: el mandamiento principal se desprende de eso. Si me encuentro con un Dios que me ama tanto, si lo conozco y lo disfruto, ¿como puedo no corresponder? (ojo, no es “devolver”, ¿eh? El amor es gratuito: no se devuelve. Sólo se puede corresponder). Y corresponder a ese amor es lo más importante que podemos hacer. Dejarnos amar por Dios, aunque no lo merezcamos… y corresponder en ese amor a él y a los que él ama: que soy yo y los demás. Y eso, equilibradamente: no a mí por sobre los demás, ni tampoco a los demás en lugar de a mí.

Por eso, si sentís que no estás pudiendo amar a tus hermanos, o a alguno de tus hermanos, pedíle a Dios que refuerce su amor por vos, tu experiencia de amor por Dios. Que te encuentres amado por él a través de tus defectos. Y sólo ahí vas a poder amar a los demás, también con sus defectos.

 

 

 

Fuente: Radio María Argentina

 

 

 

 

 

Radio Maria Argentina