En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos.
El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo. Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.”
Palabra de Dios
P. Martin Jurado sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires
Cada vez que veo que los discípulos meten la pata una y otra vez, con las preguntas o las propuestas que le hacen a Jesús, me encuentro con dos sentimientos: por un lado, algo de pena por Jesús, que debe haber tenido una paciencia a prueba de todo, y que debe haberse sentido bastante incomprendido, bastante solo. Y, por otro lado, la alegría de saber que los discípulos eran como soy yo, y que cada vez que yo meto la pata, que no entiendo lo que Jesús me propone, o que le salgo con una propuesta que es cualquiera… él también me tiene una paciencia de elefante.
Igual que los discípulos, creo que a todos nosotros nos pasa, de vez en cuando, eso de que querer ser reconocidos, valorados, consolados… A nuestra manera, también nosotros queremos ser “grandes”. Acá o en el Reino de los cielos. Pero queremos destacarnos. No siempre por tratar de evitar la tibieza, no siempre buscando sacarle una sonrisa más amplia a Jesús, sino todavía poniéndonos a nosotros mismos como centro.
Y Jesús nos advierte por partida doble: háganse pequeños… y valoren a los pequeños, háganse simples y sencillos…. y valoren a los simples y sencillos. Porque sus ángeles, los ángeles de la guarda que Dios puso para custodiarlos, para guiarlos, para hacerles más cercano el verdadero Reino de los cielos… están atentos a cada detalle. Déjense conducir por ellos… y no lastimen a mis preferidos.
Con qué ternura me lo imagino a Jesús llamando a ese niño, hablándole primero al oído, para que se sienta tranquilo, y después poniéndolo como ejemplo. Me imagino habiéndole asignado ya desde el vientre de su madre un ángel, como para que lo cuide y lo guíe. Soñando ese corazón inocente, confiado, lleno de asombro de que lo pongan como ejemplo de algo.
Y Dios, como buen padre, nos recuerda que sus privilegiados son los que no tienen nada, los que no se la creen, los que confían en él, los que se dejan amar, los que no perdieron la capacidad de asombrarse, los inocentes, los que conocen sus límites: los pequeños.
– Pidámosle a Dios que, a través de nuestro ángel de la guarda, podamos también nosotros tener el corazón de ese niño. Para poder dejarnos abrazar por él. Y para poder llegar a vivir, ya desde la Tierra, en el Reino de los cielos.
Fuente: Radio Maria Argentina