“Ingeniero Rueda”. La satisfacción que todo profesional siente cuando ve coronados años de esfuerzos con un título de grado solo puede compararse con pocas cosas. Es uno de los grandes logros en la vida de una persona. Y ese sentimiento del objetivo cumplido es aún más grande cuando a la historia de vida personal se suman condimentos relacionados a la pobreza y la marginalidad, que hacen más duro el camino y más intensa la satisfacción por el deber cumplido.
Santos Gabriel Rueda nació en el paraje Candado Grande, al norte de Salta, en el límite con Bolivia. El joven, que hoy tiene 23 años, fue a la Escuela Rural la Salteña Plurigrado. En aquellos momentos, sus padres lo enviaban a diario a la institución educativa para asegurarle al menos una comida diaria, pero en él ya se gestaban sueños de un destino de grandeza.
Pese a haber nacido en la era de la tecnología, las condiciones en las que vivía le impedían el acceso a la TV, al teléfono y ni hablar de internet. Era el menor de seis hermanos y vio cómo los mayores se iban yendo, uno a uno, a la casa de una tía en Aguas Blancas para asistir al secundario. “Algunas de mis hermanas trabajaban como empleadas domésticas cama adentro para seguir estudiando y llegar hasta la universidad, incentivadas siempre por mi mamá”, recuerda Santos.
Cuando tenía 11 años, la finca donde trabajaba su padre quebró y se vieron obligados a trasladarse a Aguas Blancas con sus hermanos menores ya que los mayores, con sus títulos de docentes, habían emigrado hacia el sur en busca de un futuro mejor. Ya en su nuevo destino el padre de Santos, don Eleuterio Rueda, consiguió ubicarse como barrendero en la delegación municipal, trabajo que mantiene hasta estos días.
El colegio secundario 5.059 de la localidad fronteriza fue una bisagra en la vida del joven. Comenzó participando en olimpíadas de Matemática, en las que llegó a instancias nacionales. No le fue fácil. Para estar a la altura de las demandas académicas, pagaba clases particulares trabajando como carrero o cargando y descargando bolsas de harina. Tenía una vida muy sacrificada pero era feliz al saber que, cada competencia, lo llevaría a conocer otras provincias. Estas olimpíadas fueron una base importante para arrancar en la universidad y fueron también muchas las personas que lo ayudaron de diversas maneras.
Una vez egresado del secundario Santos se fue a Neuquén, a la casa de una de sus hermanas, para estudiar Ingeniería en Petróleo y Mecánica y, de esa manera, prepararse para un futuro en Bariloche. “Todo era nuevo. Mucha competencia, muchas personas con distintos ideales, otra cultura y otra idiosincrasia. Estaba a más de 2.500 kilómetros de mi casa. Durante los primeros meses era como si hablara otro idioma, nadie me entendía”, dice Santos.
Llegó a la Universidad Nacional del Comahue con una tonada rara, jugando con un cubo Rubik en el curso de ingreso. Lo distinguía una personalidad humilde y alegre.
Vivió algún tiempo con $100 por mes, almorzando por $2 en el comedor de la universidad y gastando $40 en el bono mensual del colectivo pero, gracias a becas nacionales, préstamos de honor y ayuda de sus hermanos y padres, estudió durante los dos años y medio que correspondían para su carrera en esa casa de altos estudios.
En el Balseiro
Un día, sus padres recibieron un mensaje de Santos pidiendo “suerte”, porque al día siguiente rendía un “parcialito”. Pero el examen resultó ser el ingreso al Instituto Balseiro. Así fue como, en 2011 y tras dos años en Neuquén, ingresó al Instituto Balseiro (IB) con la ilusión que representaba estudiar en esa prestigiosa institución: “Hasta ese momento no tenía la más mínima idea de dónde me estaba metiendo”, cuenta y recuerda que “en el IB algunas cosas fueron más fáciles. Por primera vez iba a estudiar sin pensar en si llegaba a fin de mes con el dinero, solo tenía que preocuparme por estudiar para no perder la beca que me permitía vivir cómodamente”.
Allí conoció a muchos otros jóvenes de todo el país que estaban en una situación parecida a la suya, con quienes compartió, exámenes, asados, bares y días de montaña. Así fue como unos días después el 25 de junio, fecha en que rindió el examen final, descubrió que “los tres años se terminaron muy rápido”.
Es una rara sensación saber que todo se termina aunque, pensándolo bien, esto recién empieza”, afirma Santos y envía un mensaje: “Lo que logramos puede depender de muchos factores, de dónde venimos, de nuestra educación, de qué y cuánto tenemos; pero creo que el principal factor es cuánto queremos lograr nuestros objetivos”.
El flamante ingeniero nuclear afirmó que en Bariloche le dejaron las puertas abiertas para desempeñarse profesionalmente, aunque también recibió una propuesta de Francia, un país con un desarrollo importante en el área nuclear, para realizar una pasantía en el Instituto Politécnico Nacional de Grenoble.
Las carencias nunca fueron un impedimento
Rafaela Condorí, de 63 años, y Eleuterio Rueda, de 71, se conocieron en Aguas Blancas hace más de 40 años. Ella trabajaba como empleada doméstica y carrera (cruzando mercadería en la frontera).
Ambos fueron a vivir al paraje Candado Grande para trabajar como empleados rurales y formaron una familia numerosa.
Pasaron carencias económicas, pero eso no fue impedimento para guiar a sus hijos hacia un futuro mejor a través del esfuerzo y la dedicación. Hoy todos ellos son profesionales.
Casi todos los hermanos de Santos son docentes: Elio es profesor de Lengua y Literatura; Angelina de Biología, Delina de Ciencias Económicas y, Raquel enseña Educación Física. Elías, otro de sus hermanos, cursa el sexto año de Medicina y Santos es Ingeniero Nuclear.
Fuente: El Tribuno