Te esperaré, Señor, tenso el oído
al callado temblor de tu pisada sobre la senda nueva, acostumbrada de tanto presentirte ya venido.
Te esperaré, Señor, estremecido el cielo de mi noche inacabada, despierta mi impaciencia a tu llamada y hecha mi cárcel vuelo reprimido.
Te esperaré, Señor, hasta que quieras trocarme en logro de tu dulce encuentro esta amarga quietud de mis esperas.
Te esperaré en mi casa anochecida, vallada en soledad por fuera y dentro, a la luz de mi lámpara encendida.
Emeterio García Setién (Santander, 1915)