Contemplando la Piedra del Rey

miércoles, 4 de febrero de
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¿Ves algo?

El ciego abrió los ojos y dijo:

-Veo a la gente. Son como árboles que andan.

 

Mc. 8, 24

 

Fue amor a primera vista! Cuando llegué a este pueblo posé mis ojos en él y me enamoré. Es imponente y puedo quedarme horas contemplándolo. Lo primero que pedí al buscar una casita aquí fue: que tenga vista al castillo.

 

Siempre busco al mirar por la ventana que mis ojos se encuentren con esa fortaleza edificada en la cima de la montaña. Es como una complicidad en la que al mirarla mis ojos, mi mente y mi corazón se colman de… ¿‘belleza’? Es esta la palabra indicada para describir algo que está en ruinas? ¿Cómo algo tan antiguo y derruido puede deleitar de ese modo mi percepción? Es un poco misterioso no lo creen?  


A propósito de la fortificación, cuenta la leyenda que el Rey Clovis quien era el monarca de esta región, tuvo una aparición de la Virgen y en su corazón creció de tal modo el amor hacia Jesús que se convirtió al cristianismo. Este pueblo se llama “La piedra del Rey” siempre se me figura que su nombre está inspirado en Cristo que es nuestra Roca. Y fue en el lugar de la aparición donde se edificó el castillo. Después de conocer este relato puedo comprender con más claridad, el por qué de mi afición por este fortín.

 

Una blanca tarde de invierno atraída por su belleza quise ir a visitar más de cerca las ruinas del castillo camine mansamente por la pradera, atravesé el bosque jugando con la nieve y subí por la ladera de la montaña pero al acercarme descubrí con desencanto sólo un duro, frío y enorme muro de piedra. Toda la magia que a lo lejos me embelesaba desde cerca no me significaba nada.

 

Un poco desilusionada regresé a casa pensando en cómo nosotros también estamos rodeados de bendiciones pero al tenerlas tan cerca no las podemos ver ni mucho menos valorar. Hablo aquí de esas bendiciones cotidianas con las que Dios nos colma: la caricia de mamá expresada en un rico desayuno, el trabajo sacrificado de papá, el amor y la fidelidad del esposo, la comida preparada ‘con lo que hay’ de una esposa, el trabajo que nos provee nuestro pan de cada día, la salud, la inteligencia, el poder regresar al hogar a la hora del descanso y reposar en el lecho calentito…o fresquito. Todas estas cosas de la Vida diaria se nos van tornando obvias. Algunas veces las damos por sobreentendidas y hasta las exigimos o lo que es peor, dejamos de agradecerlas.

 

Sin embargo, volviendo al castillo recordé que visto desde muy lejos también parecía no ya una enorme y gris muralla sino que lucía como un montón de piedritas en la punta de la montaña. De cerca perdía perspectiva y belleza; y a la distancia lo que en realidad es majestuoso se volvía insignificante.

 

Entonces? Cuál es la distancia desde la que podré ver la autentica esencia de las de las personas que me rodean? Ni tan lejos de terminar viendo a los hombres como árboles, como objetos, como medios para un fin. Ni tan cerca que se confundan límites y se pierda la noción de libertad. Es decir, manteniendo una sana y respetuosa proximidad.  Admirándonos del misterio que implica reconocer que el corazón del otro es ‘tierra sagrada’. Será tu esposo, tu madre o tu hermano, pero ante todo es un ‘sagrario bendito’ lleno de la presencia de Dios. Las personas no nos pertenecen, no deberíamos intentar apropiarnos de ellas. Al contrario, con sumo cuidado, quitarnos el calzado y pedir permiso para entrar en su alma.

 

Señor que vea! Quita de mí el ciego egoísmo que sólo se contenta en contemplar redondamente el perímetro del propio ombligo.

Señor que vea! Que pueda comprender y amar a mis seres queridos como realmente son, y no como yo quiero que sean.

 

Señor que vea! Que pueda reconocer las maravillas que hiciste y haces en mi vida en cada uno de tus milagros cotidianos.

 

Señor que vea! y que pueda sentir el tierno abrazo de un Dios que es Padre y que bendice cada uno de nuestros pasos.

 

Miro por la ventana de mi alma y redescubro en el castillo la presencia de María y se renuevan la Paz y la Belleza en mi corazón.  

 

 

Gabriela Arce