Espérame, Señor, espérame

lunes, 23 de febrero de
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Cuando el Señor me dijo:

“No toques esas flores que destilan veneno,

borra de ti esa imagen,

arranca del alma ese recuerdo”,

yo bajé la cabeza como una flor tronchada

y respondí: “No puedo”.


Y el aire que pasaba me dijo mansamente:

“¿No ves que te lo dice tu Padre dulce y bueno,

el que te da las flores y el alba y el rocío

y el cantar de los pájaros y el agua del riachuelo?”.

Y yo seguía bajando la cabeza rendida y seguía diciendo:

“No merezco las flores, ni el rocío, ni el alba,

ni el cantar de los pájaros ni el arrullo del viento.


Sé que tú me das todo y una cosa me pides

y yo, Señor, que veo que me das tantas cosas

y me pides tan poco,

te digo sin embargo que no puedo.

Y yo soy la creatura que diste en la tierra la corona y el cetro,

y a quien dirás un día qué hiciste de tu reino.


“Mis vasallos, Señor, diré yo entonces,

contra mí se volvieron,

y yo he sido el vasallo y los señores ellos.

Ya les vendí mi cetro y mi corona

por un mezquino precio,

por una voz suave, por unos pocos besos.


Pero ten compasión, aún es temprano acaso aún habrá tiempo”.

Y me dirá el Señor: “Años y años esperándote llevo.

Una vez y otra vez en esta espera

granó la espiga y floreció el almendro.

Y una vez y otra vez por si venías

me asomé por las tardes al sendero.

Y sin embargo seguiré esperando.

Y todavía mientras que te espero,

cuidaré que haya estrellas en tus noches

y luz en tus auroras y flores en tu huerto”.


José María Pemán

 

Virginia Garibaldi