El imán y el hierro

martes, 7 de julio de
image_pdfimage_print

“Leyendo el otro día a San Francisco de Sales me encontré unas líneas que
-escritas desde la ingenua ciencia de su época- me parecieron desgarradoramente iluminadoras. Dice el santo que el hombre lleva en su naturaleza el ser atraído por Dios y que, cuando el hombre no experimenta esta atracción, es porque algo pasa en el hombre, algo no funciona en él. Y pone esta encantadora comparación: «También en la naturaleza del hierro está ser atraído por el imán. Y cuando un imán no atrae a un hierro es porque algo pasa: o es que entre ambos se interpone un diamante, o es que el hierro está cubierto de grasa, o es que el hierro pesa mucho, o es que está a demasiada distancia del imán.» Y concluye el santo: «Así le ocurre al hombre. Cuando no siente el atractivo de Dios es: o porque entre ambos se interponen las riquezas (el diamante), o porque está sumido en el piélago de la sensualidad (la grasa), o porque se ama demasiado a sí mismo (el peso), o porque los pecados le han alejado de Cristo excesivamente (la distancia)


Este párrafo me dio mucho que pensar y me parece que no hay que aplicarlo sólo a lo religioso, sino a todo lo humano, porque verdaderamente el hombre lleva el amor en su naturaleza. Lo espontáneo, lo normal es que el hombre ame. Al hombre, si no hay unas razones externas o internas que lo impidan, el amor le sale de su naturaleza. Odiar es lo extraño, amar lo natural. Bastaría con dejar al hombre a su naturaleza para que toda su vida fuera un acto de amor.

Entonces, ¿por qué no nos amamos? ¿Por qué tenemos que hacer un esfuerzo para amar? Me parece que las cuatro razones de San Fran- cisco de Sales son perfectas.
El hombre no ama, en primer lugar, porque entre él y Dios o entre él y su prójimo se cruza un frío diamante: el egoísmo. El egoísmo no es lo natural en el hombre, es su perversión. Pero, desgraciadamente, esta perversión es abundantísima, general. Cuando yo supervaloro mis intereses personales, dejo de «ver» a mi prójimo. Algo se cruza entre mi prójimo y mi amor. Algo frío, congelante. Algo que impide que mi amor salga de mí y llegue a su natural destino.
La segunda razón por la que el hombre no ama o pervierte su amor es porque el hombre está embadurnado de la grasa de su sensualidad. ¿Cuántos amores auténticos, magníficos, no se han desgraciado porque una excesiva valoración de la sensualidad los ha corrompido? No digo – ¡ojo! – que se interponga el cuerpo. El cuerpo puede ser y es de hecho un camino de amor. Pero su supervaloración y su degradación puede ser esa grasa que incapacita al imán para atraer al hierro.


La tercera razón es el propio peso. Si yo me supervaloro a mí mismo, ¿cómo voy a amar a mí hermano? No hay amor, no hay imán que levante a un hombre cargado de sí mismo.
La cuarta es la excesiva distancia. No amamos al prójimo porque estamos demasiado lejos de él. No le conocemos. No le vemos. Sólo cuando se está cerca de alguien se le puede amar. Sólo se ama a quien se puede abrazar. Sólo se abraza si se está cerca.
Y así es cómo el imán no atrae al hierro. Así es como el hombre no ama. Aunque el amor sea parte sustancial de su naturaleza.”


J.L.Martín Descalzo

 

Fer Gigliotti