Felicidad es comunidad

martes, 17 de noviembre de
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“En la Universidad de Lovaina han realizado una encuesta (…) en la que se daban a niños menores de doce años tres dibujos que representaban diversos modos de celebrar su cumpleaños, y se les pedía que dijeran cuál de los tres le apetecía más:
– El primero representaba a un niño solo, sentado en el suelo y rodeado de toda clase de juguetes.
– El segundo pintaba al mismo niño en la mesa con sus padres, mientras se disponía a abrir un gran paquete con un regalo que había sobre la mesa.
– El tercero era la imagen de ese mismo niño con mucha gente, padres, familiares, amigos, jugando y divirtiéndose, pero sin ningún juguete.

¿Saben en qué proporción fueron elegidos estos dibujos? Sólo un quince por ciento escogió el primero. Otro quince por ciento se inclinó por el segundo. Un larguísimo setenta por ciento prefirió sin vacilar el tercero.
La respuesta tiene su busilis: aunque creemos que los niños son ante todo egoístas y lo que prefieren son los regalos de los que les colmamos, lo cierto es que, a la hora de la verdad, saben muy bien que el mejor de todos los regalos es la amistad, la compañía, y han entendido que, en circunstancias normales, hay mucha más felicidad en la comunidad que en la soledad, y que una cosa no es enteramente buena más que cuando se comparte.

 

En más de una ocasión he hablado ya en estas páginas de lo positivo de la soledad. Pero, aparte de que siempre hablé de una «soledad acompañada» (de libros, de música, de paisajes, de Dios), también he pensado siempre que la mejor felicidad se consigue en un inteligente equilibrio entre soledad y compañía.
Porque si, efectivamente, mejor es estar solo que mal acompañado, mucho mejor es estar bien acompañado que solo.
Y es que Dios creó al hombre como un «animal social» y se dio cuenta en seguida de que Adán no sería completamente feliz mientras no tuviera, al menos, una compañera (…) y preparó un cielo en el que estaremos con Él, pero también con los hermanos. (…)

Los otros son en realidad -aunque a veces nos chinchen- la causa, el objeto, el destino de lo mejor de nosotros mismos: nuestro amor.

Si algún verbo habría que aprender a declinar en este mundo tendría que ser el que menos se usa: el verbo compartir. Chesterton, que sabía un rato de estas cosas, solía comentar que sólo cuando se comparte se siente uno realizado. Y hay que compartirlo todo. (…)

Y ahora me sale al encuentro una dificultad: (…) ¿Cómo lograr ser el que soy sin encerrarme en mí mismo? ¿Cómo realizar mi verdadera identidad sin olvidar que soy un ser social por naturaleza y que uno de los elementos fundamentales de esa identidad mía es «ser para los demás», hasta el punto de que tanto más yo soy yo cuanto más abierto esté en todas las direcciones?

 

Esa doble lucha es tarea para toda una vida. Pero sin olvidar que, a fin de cuentas, la meta de toda felicidad es aquella que los latinos resumían en el juego de dos verbos: amaré et amar¡.- «amar y ser amado». Quien no logre un nivel aceptable de estas dos tareas ya puede acumular todos los kilos que quiera de las otras formas de felicidad (poder, influjo, ciencia, posesión); seguirá estando en mantillas en el arte de ser feliz.”

 

José Luis Martin Descalzo

 

Fer Gigliotti