Evangelio según San Juan 14,21-26

lunes, 19 de mayo de
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Jesús dijo a sus discípulos: «El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”.

Judas -no el Iscariote- le dijo: “Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”. Jesús le respondió: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió.

Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.»



Palabra de Dios



 


P. Germán Lechinni Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay


“El que me ama -dice el Señor- será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”

Pregunta: ¿Qué es lo más importante en un Templo?

¿El retablo barroco? ¡No!

¿Los adornos de plata y oro? ¡No!

¿El cuadro del santo amado, del santo a quien tenemos mayor devoción? ¡No!

¿La imagen de nuestra Madre María? ¡No!

¿El Altar? No sé… puede ser… ¿El Sagrario? Ahí vamos llegando…

Lo más importante en un Templo, en realidad, somos tú y yo.

¡Sí! Tú y yo… Que somos hijos de Dios, que somos su imagen y semejanza y que estamos llamados a ser sus SAGRARIOS VIVIENTES.

Lo que celebramos en cada Eucaristía, esto de que el Señor se hace Cuerpo y Sangre, en el pan y en el vino, es lo que Cristo quisiera hacer también con cada uno de nosotros, en cada uno de nosotros. Cristo sueña, en cada Eucaristía, habitar nuestro propio cuerpo, nuestra propia vida, nuestro propio templo. Por eso se hace alimento en cada Misa.

Después de cada Eucaristía, momento central de nuestro paso por el Templo, los cristianos debiéramos arrodillarnos unos delante de los otros… Reconociendo, así, que a partir de la comunión todos somos SAGRARIOS VIVIENTES, todos estamos habitados por Dios, por el Espíritu de Dios, por Cristo vivo y Resucitado. No puede haber nada más valioso, no hay –de hecho- nada más valioso que un ser humano que se deje habitar por Dios. Esto es lo más sagrado, esto es ser “sagrarios vivos”, dejarnos habitar por Dios.

En el Evangelio de hoy, Cristo nos hace un llamado, una invitación: se trata de ser lo que Dios soñó que seamos: ¡SAGRARIOS VIVIENTES! ¡SAGRARIOS VIVOS!

“El que me ama, dice el Señor, será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” ¡Sí! Cuando Dios soñó a la humanidad en general y a cada uno de nosotros en particular, lo que soñó fue esto precisamente, soñó un sin-número de SAGRARIOS. Un mundo de SAGRARIOS VIVIENTES. Soñó hijos e hijas donde poder Él mismo HABITAR.
Dice el Señor, en el Evangelio de hoy: que tanto él, como el Padre y el Espíritu, vendrán a habitar en nosotros por el Amor. Lo que Dios quiere es justamente eso, HABITARNOS en el AMOR. Los hombres debiéramos cada día permitirle a Dios esta anidación en nuestro corazón y en nuestras vidas. No hay otra cosa más importante, no hay otra cosa más urgente… Nada puede apartarnos de este “Principio y Fundamento” (diría san Ignacio) que debiera regir nuestro día a día: permitirle al Señor hacer nido en nuestras vidas.

Por eso, hoy me gustaría animarlos a vivir diariamente la Eucaristía. En ella, el Señor nos habita por medio de su Palabra (en el Evangelio) y por medio de su Cuerpo y de su Sangre (en la Comunión). Tú y yo, tenemos la Gracia de conocer a un Dios tan grande, que se hace cada día pequeño para poder entrar en nosotros. Nuestro día a día, nuestra vida entera ciertamente encuentra su “principio y fin” cuando permite que este Dios habite en nosotros como en un Sagrario Vivo, como en un Templo.

María, nuestra Madre, supo vivir en plenitud este FIN para el que todos fuimos creados, María supo ser Templo del Espíritu Santo y por eso llegó a convertirse en el PRIMER SAGRARIO VIVIENTE… Pidámosle a ella esta Gracia enorme, de dejarnos también nosotros habitar por el Espíritu del Padre, y llegar así a dar a luz –cada día-, al Cristo que quiere nacer dentro de nosotros…

Que así sea!

 

Oleada Joven