Evangelio según San Mateo 5,1-12

lunes, 9 de junio de
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Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.


Palabra de Dios



 


 

P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay


La soledad… ¡Vaya paradoja de nuestro tiempo! En una época marcada por los medios de comunicación es increíble contemplar cómo muchos hermanos nuestros sufren a diario la soledad. Qué paradoja, que las nuevas tecnologías, por ejemplo, con la sana intención de acercarnos a los que están lejos, muchas veces nos alejan a los que están cerca. Paradoja, también, la de nuestras grandes ciudades que, aun llenas de gente, son habitadas por muchos hombres que padecen a diario la soledad. ¿Curioso, no? Vivimos amontonados y, a la vez, nos sentimos solos…

¿Por qué digo todo esto… por qué partir hablando de la soledad del hombre contemporáneo? Respuesta: porque siento que la Solemnidad de ayer, “Pentecostés”, y la Fiesta de hoy “María, Madre de la Iglesia”, son celebraciones que nos ponen en comunión, son celebraciones que nos hermanan, son celebraciones que nos salvan de la soledad cotidiana, porque nos recuerdan que somos familia, que somos comunidad, que somos Iglesia.

La liturgia de hoy, en los “Hechos de los Apóstoles”, nos recuerda a la primitiva comunidad cristiana, donde juntos –hombres y mujeres- de la mano de María, perseveraban en la oración y tenían vida en común. El Evangelio de Juan, por su parte, nos recuerda cómo el discípulo amado recibió a María por Madre, recibió a María en su propia casa. Una y otra lectura, entonces, nos avisan que en Iglesia, en comunidad, de la mano de María, ya no hay soledad. Porque donde está María, donde está la Iglesia, ya no hay soledad. Porque donde hay un cristiano, está María y estamos todos los cristianos con él. ¡Sí! Donde tú estás, está tu madre María contigo, y está la Iglesia entera con ella y contigo.

Aprovechemos la invitación de Cristo en el Evangelio, recibamos a María, nuestra Madre, en nuestro hogar. Con ella, de su mano, viene la Iglesia entera. Con ella, de su mano, viene el Espíritu de Pentecostés. ¿Queremos ser, también nosotros, “discípulos amados”? Pues es bien fácil, demos ese paso: abramos las puertas de nuestro hogar a María y a la Iglesia, pongamos a María en un lugar privilegiado de nuestra casa, pongamos a la Iglesia al centro de nuestro corazón y nuestra vida.

Aprovechemos esta Fiesta, para volvernos a mirar los unos a los otros como hermanos, para ensayar cada uno la salida de la propia soledad. María, como Madre, nos hermana. María, como Madre, nos lleva a ser Iglesia, nos lleva a ser comunidad.

Termino con un comentario exegético que encierra una hermosa invitación. Según algunos expertos bíblicos, el texto de Juan que leemos hoy, bien podría traducirse de este modo: “el discípulos amado, la recibió –a María- como el tesoro de su casa”. Siguiendo esa traducción, entonces, vemos que María no ocupa cualquier lugar en la vida del discípulo, sino que ocupa el lugar principal. Si uno es buen discípulo, si uno quiere llegar a ser el discípulo amado, debe comenzar, entonces, por poner a María en su lugar. Debe comenzar por tomar a María como el tesoro de su casa y de su vida. Aquí tenemos una gran invitación para hoy: que María ocupe el lugar principal de nuestras casas. Con María, además, la casa y la vida se llenan, porque con María viene toda la Iglesia.

¡Feliz día de María, Madre de la Iglesia!¡Que así sea!


 

Oleada Joven