Evangelio según San Mateo 7,1-5

lunes, 23 de junio de
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Jesús dijo a sus discípulos: No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.

¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Deja que te saque la paja de tu ojo’, si hay una viga en el tuyo?


Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.


Palabra de Dios



 


P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay


 

“¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano
y no adviertes la viga que está en el tuyo?”.


 

Miguel de Cervantes Saavedra acaba su obra monumental, Don Quijote de la Mancha, con una imagen notable. Se encuentra Don Quijote, después de mil batallas, de vuelta en su patria, en su pueblo. Es cierto, parece retornar vencido y medio enfermo, pero de alguna manera sanado, curado de sus ansias de éxito, de lucha, de conquista. Don Quijote, finalmente, ha decido deponer las armas, dejar a un lado la espada, abandonar el escudo y la lanza. Es en esta circunstancia, repito estamos al final del libro, que Sancho Panza, el fiel escudero y amigo se anota una de las frases más hermosas y más profundas de la literatura universal, dice Sancho: “Abre los ojos, deseada patria… abre los brazos y recibe a tu hijo don Quijote, que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que se puede desear”.

Brillante la síntesis de Sancho Panza, brillante su profundo comentario antropológico. La mayor de las batallas que un hombre puede ganar es la batalla contra sí mismo. A Don Quijote le ha llevado mucho tiempo descubrirlo pero, finalmente, lo ha conseguido. Don Quijote ha descubierto que no se trata de juzgar al otro, que no se trata de ganarle a nadie, que no se trata de vencer a nadie, que no se trata de condenar a nadie. Se trata de vencerse uno mismo. No están fuera los enemigos, están dentro.

En el Evangelio de hoy, Cristo mismo nos invita también a reorientar nuestra mirada, a reorientar nuestra lucha. Basta de ir por el mundo mirando “la paja en el ojo ajeno”, basta de ir por el mundo criticando, juzgando y condenando al hermano. Basta de montar juicios en la vida de los otros, basta de creernos jueces y fiscales de las biografías ajenas. Todo eso supone un gasto de energías innecesario y vano. Necesitamos volver la mirada y la lucha sobre “las vigas” que hay en nuestros propios ojos. Cada uno de nosotros, tiene una lucha ineludible, cada uno de nosotros es insustituible en una batalla… ¡la batalla contra uno mismo!

Cuando vamos por la vida criticando al resto, cuando vamos por la vida condenando al otro, cuando vamos por la vida apuntando siempre y en todo el defecto del hermano, somos ese Quijote desorientado que por todos lados cree ver fantasmas y gigantes y magos y enemigos, cuando se trata de “molinos de viento”.

Después de la lectura del Evangelio de hoy, les invito a que volvamos con fuerza a la batalla, a la batalla por hacer de este mundo un mundo mejor… en esa batalla, no es necesario enfrentarse a nadie, criticar a nadie, juzgar a nadie, condenar a nadie… en esa batalla es necesario vencer únicamente lo peor de nosotros mismos.

Ojalá cuando lleguemos al Reino, algún santo pueda gritar a las puertas del Cielo: “Abre los ojos, deseada patria… abre los brazos y recibe a tu hijo que viene vencedor de sí mismo, que es el mayor vencimiento que se puede desear”.

Que así sea!

 

 

 


 

Oleada Joven