Evangelio según San Mateo 10,34-42.11,1

viernes, 11 de julio de

Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.  El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”.

Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.


Palabra de Dios



 

P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay

 

 

Pregunta ¿Marx… tenía razón? Hace más de ciento cincuenta años cuando afirmaba que “la religión es el opio de los pueblos” ¿tenía razón? Para mí: ¡No! Y, como prueba, me remito entre otros muchos, al Evangelio de hoy.


En primer lugar, nobleza obliga, comprendamos bien lo que quería decir Marx con su afirmación; para él, la Religión en general (con el cristianismo obviamente incluído) más que despertar al hombre, lo adormecía, lo aletargaba, lo anestesiaba. De ahí la metáfora del opio. Un opiáceo es aquello que te duerme, que te hace evadirte de la realidad… Y claro, así anestesiado la sociedad no cuenta contigo ni para la revolución, ni para nada…


Pero, me pregunto ¿es eso el cristianismo? Respuesta: ¡No! ¡Todo lo contrario! Miren el Evangelio entero y escuchen las duras palabras de hoy. Encontrarán que el cristianismo nos invita a despertar (¡no a dormirnos!), nos invita a dar la batalla de cada día (¡no a evitarla!), nos invita a ir a la realidad (¡no a eludirla!). El cristianismo nos invita a los más subversivo que se nos puede invitar hoy: ¡nos invita a dar la vida!


Dice Jesús a sus discípulos: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará”.


La verdad, si Jesús pretendía adormecernos y anestesiarnos no creo que lo logre con palabras como estas. Por eso, Evangelios como el que podemos meditar hoy, prueban que Marx estaba equivocado. Porque éste, como tantos otros, es un Evangelio tremendamente subversivo y revolucionario. Escuchemos a Cristo, que:


-Primero: frente a un mundo egoísta, egocentrista, solipcista… nos invita a dar la vida por los demás…


-Segundo: frente a un mundo donde sólo se trata de ganar y ganar a cualquier precio… nos invita a perder y perderlo todo…


-Tercero: frente a un mundo que nos dice “el que pega primero, pega dos veces”… nos invita a poner la otra mejilla, a amar a nuestros enemigos…


Podría seguir este tipo de ejemplos hasta el hartazgo, hay muchos y muy ricos en el Evangelio. Entonces, me pregunto, es que puede haber algo más subversivo, más revolucionario que dar la vida, que perderlo todo, que poner la otra mejilla.


Tan sacrificado es el Evangelio al que nos invita Cristo, tan revolucionario su mensaje; que el mismo Cristo nos avisa que si vivimos el Evangelio en su radicalidad: 1) nos visitará la división, la incomprensión, incluso al interior de nuestras propias familias… y 2) nos visitará la cruz, especialmente, en nuestras relaciones con el mundo. ¿Por qué? Pues porque el “mundo” (y muchas veces el “mundo” habita también al interior de nuestras familias) no está preparado para que existan hombres y mujeres al servicio de los otros.


El mundo parece estar sólo preparado para que existan hombres y mujeres que vivan para sí, y no para los demás. Y así es que parece haberse convertido en un criadero de caballos con anteojeras incorporadas, de manera que sólo mires por ti y para ti, para que sólo te preocupes de ti mismo y tu camino, para que no veas lo que pasa a tu alrededor.


Lejos de esto, el Evangelio nos abre hoy los ojos y nos invita a la radicalidad. El cristianismo no es, nunca lo será, una religión cómoda, burguesa o del bienestar; sino que siempre será una religión donde ganar es perder la vida, donde la radicalidad está a la orden del día.¡Que así sea!

 


 

Oleada Joven