Evangelio según San Mateo 13,47-53

miércoles, 30 de julio de
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Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.

Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

¿Comprendieron todo esto?”. “Sí”, le respondieron. Entonces agregó: “Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”. Cuando Jesús terminó estas parábolas se alejó de allí.



Palabra de Dios





 


P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay 

 

 

Celebramos hoy la Fiesta de San Ignacio de Loyola, como jesuita, entonces, sabrán entender que hoy deseo hablar especialmente de él.

Así como San Pablo supo decir en su momento: “Sean imitadores míos… como yo lo soy de Cristo”; hoy creo que también nosotros podríamos poner en labios de Ignacio tan fuertes palabras. De las muchas cosas a “imitar” que tiene San Ignacio, les comparto hoy una imagen que Ignacio da de sí mismo y que resume muy bien quién fue y cómo nos invita a ser. Ignacio gusta llamarse, en su Autobiografía: “El Peregrino”. Sí, Ignacio se define a sí mismo como el peregrino, por dos motivos:

Primero, el motivo obvio: se pasó la mitad de su vida, después de convertido, caminando a lo largo y ancho de Europa (llegando incluso una vez a Tierra Santa), la mayor de las veces solo y a pie.

Segundo, el motivo menos obvio: Ignacio se sabe peregrino, no sólo de los caminos exteriores, geográficos, materiales sino, y por sobre todas las cosas, peregrino del alma, peregrino del espíritu humano, peregrino en el interior mismo de su corazón y sus deseos.

Algo singular de este doble peregrinar es que Ignacio: peregrinando geográficamente, encuentra a Dios en el mundo, encuentra a Dios en los otros, encuentra a Dios –como él mismo gustaba decir- “en todas las cosas”. Y, peregrinando espiritualmente, también encuentra a Dios, porque lo encuentra dentro de sí, lo encuentra en sus deseos más hondos, en sus búsquedas más profundas.

Así, el peregrino de los caminos se mide en kilómetros. Ignacio recorrió miles de kilómetros a pie, buscando la voluntad de Dios (y recuerden que había quedado rengo y muy malherido de una de sus piernas). Ignacio, entre otras cosas, peregrina a santuarios marianos, buscando la intercesión de María, y peregrina a Jerusalén, buscando ser en esa misma tierra imitador de Jesús: viviendo como Él vivió, dando la vida como Él la dio.

Por su parte, como peregrino del espíritu, lo de Ignacio supone horas y horas de sagrario. Así, Ignacio dejará delante de Cristo, en el silencio de la oración, mucho de su vida, de sus pasiones, de sus heridas y encontrará la brújula para el nuevo rumbo de su biografía, encontrará el ardor que haga andar su corazón por el resto de su vida.

De esta manera, Ignacio se convierte en lo que podríamos llamar un hombre síntesis, es decir, un hombre que sabe “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”: bien en la intimidad de la vida de oración y contemplación, bien en la exterioridad del mundo, el servicio y la acción.

La figura de Ignacio, entonces, nos interpela a nosotros respecto de cómo y cuánto somos capaces de buscar a Dios, de buscarlo en el mundo, de buscarlo en los otros, de buscarlo dentro de nosotros, de buscarlo en el servicio, de buscarlo en la contemplación y de buscarlo en la acción. Hoy me pregunto, te pregunto: ¿Cómo y cuánto seríamos capaces de caminar y rezar pidiendo también nosotros la Gracia de imitar a Cristo? La Gracia de vivir como Él vivió y morir dando la vida como Él la dio.

Que en el día de San Ignacio, “El Peregrino”, nos preguntemos cómo están nuestras propias peregrinaciones: las materiales, físicas, reales y las espirituales, íntimas e interiores. En este sentido, algunas preguntas guías para nuestra meditación de hoy, bien podrían ser las siguientes:

¿Cuándo fue la última vez que peregriné a un santuario mariano o a algún otro lugar de encuentro con el Señor? ¿Cuándo fue la última vez que fui de Retiro, de Ejercicios Espirituales y me entregué con pasión a buscar la voluntad de Dios para mi vida, en el silencio de la oración?

Pidamos a Dios, por intercesión de San Ignacio, que lleguemos a ser también nosotros verdaderos peregrinos. Ojalá algún día alguien diga de nosotros, lo que se decía de San Ignacio: “Aquel peregrino era un loco por Jesucristo”

Que así sea!

 

Oleada Joven