Evangelio según San Mateo 17,22-27

lunes, 11 de agosto de
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Mientras estaban reunidos en Galilea, Jesús les dijo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: lo matarán y al tercer día resucitará”. Y ellos quedaron muy apenados.


Al llegar a Cafarnaún, los cobradores del impuesto del Templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: “¿El Maestro de ustedes no paga el impuesto?”. “Sí, lo paga”, respondió. Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?”.


Y como Pedro respondió: “De los extraños”, Jesús le dijo: “Eso quiere decir que los hijos están exentos.


Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti”.



Palabra de Dios





P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay


Dos hechos diferentes nos muestra el Evangelio de hoy: por un lado, el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús; por otro, una referencia explícita al pago de los impuestos y las tasas del Templo… Curiosa combinación de lo trascendente, lo definitivo y lo cotidiano…

 

La fe es eso, algo definitivo, radical, absoluto, trascendental y, al mismo tiempo, algo cotidiano, concreto, presente… La fe tiene que ver con lo más sublime, pero toca vivirla en este mundo concreto y cotidiano en que nuestra vida se desenvuelve.

 

No olvidemos esta primera enseñanza del Evangelio de hoy: nuestra vida no puede estar escindida, dividida… no puede haber un hiato, un divorcio entre mi fe y mi vida concreta, cotidiana… Sino que ambas cosas deben ir de la mano, deben estar anudadas, deben conformar un “todo”.

 

Ahora bien, pasando a una segunda enseñanza; quiero quedarme con el tema del pago al impuesto del Templo. Creo que aquí Jesús tiene un mensaje muy importante y bien hondo que nos quiere comunicar. Si hay algo que Jesús no quiere es que nos sintamos súbditos o extraños en Su Templo. Nosotros no somos ni súbditos de nadie, ni extraños. Nosotros, todos, somos dueños del Templo, de este Templo y de todos los templos, porque somos hijos muy queridos del dueño del Templo.

 

Cada día, al celebrar la Eucaristía de las 7:30 de la mañana en la Iglesia de La Compañía, en Córdoba, me encanta decirle a la gente: “Buen día, Bienvenidos a Su casa”. Porque siento que es lo primero que nos diría Cristo al recibirnos en un Templo: “pasá, sentite en tu casa… Mi casa –diría Cristo- es tu casa”. ¡Sí! La Iglesia y con ella todos sus templos, son nuestra casa, no somos extraños, ni súbditos allí.

 

Por eso, me gusta mucho cuando en la Iglesia de hoy ya no cobramos “impuestos” ni “tasas” (¡espero!), sino que pedimos colaboración. Asumiendo que todo buen hijo, en la casa de sus padres, si puede, colabora. Y nosotros, repito, todos nosotros, somos hijos, somos los hijos del dueño, en la Iglesia, entonces, estamos en “casa”… Uno, de la casa donde es hijo, repito ¡si es buen hijo, claro!, se hace responsable, se hace cargo.

 

De ahí lo que finalmente termina haciendo Jesucristo, que termina pagando el tributo, no lo elude, no se lo saltea… Jesús termina colaborando con el Templo, sólo que lo hace desde otro lugar, lo hace como hijo, como el mejor de los hijos, que va a colaborar siempre con la causa de su padre, con la Casa de su Padre. Jesús mismo ha dicho dirigiéndose al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío”. Por eso puede reconocer, con justicia, que la Casa del Padre es también su propia casa; y con ello, puede también invitar a Pedro e invitarnos a nosotros, a hacernos cargo también de la casa, del Templo, de la Iglesia… Pero no ya como extranjeros, nunca más como súbditos o extraños, sino ahora y para siempre, como hijos: “hijos muy queridos de un Padre Misericordioso”.

 

Quiera Dios que también nosotros podamos vivir desde este espíritu de Cristo nuestra ayuda a la Iglesia. Vivirla como la colaboración de un buen hijo que quiere y desea hacerse cargo de la casa y la causa de su padre.

 

No vivamos nuestras colaboraciones en el sentido de “impuesto”, de “obligación”, de “diezmo” o de “peaje” al cielo. Si colaboramos, colaboremos con corazón de hijos, en la Misión y en la Casa del Padre… Pidamos al Señor esta gracia enorme: la de entrar al Templo y sabernos y sentirnos en Casa, en nuestra propia casa.

 

¡Que así sea!

 

Radio Maria Argentina