Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret.
El ciego se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó:”¿Qué quieres que haga por ti?”. “Señor, que yo vea otra vez”.Y Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”.
En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Palabra de Dios
P. Germán Lechini Sacerdote Jesuita. Director del Centro Manresa que pertenece a la Pastoral juvenil y vocacional de la Compañia de Jesús en Argentina y Uruguay
En Buenos Aires, hace ya unos cuántos años, fui con unos amigos al llamado “Teatro para ciegos”. Allí, nos introdujeron en un lugar totalmente a oscuras, un lugar donde no se veía absolutamente nada. Entonces, en torno a nosotros se representaba una obra. Todo, obviamente, pasaba a través de sonidos y otras sensaciones porque, repito, no veíamos nada. Asimismo, durante las dos horas y media que duró todo, nos fueron sirviendo la cena ¡Sí! La experiencia supone ir comiendo totalmente a oscuras, sin ver. Este teatro, obviamente, está atendido por ciegos. Ciegos de verdad que, efectivamente, saben moverse con soltura en la oscuridad. Les recomiendo esta experiencia, es realmente fascinante. Uno empieza a reconocer su alrededor con sensaciones nuevas, lo que tiene un atractivo enorme, a la vez que supone un gran aprendizaje.
¿Saben dónde está el problema? El problema está en que uno, a medida que se acostumbra a la oscuridad, a medida que aprende a moverse en la ceguera, piensa que bien “se podría vivir así”, y hasta piensa que “estaría bueno vivir así”, que después de todo, “no es tan malo vivir así”. ¡Sí! Es verdad… esto es verdad, hasta que salís fuera, después de dos horas y media y te das cuenta que no hay nada tan valioso como ver, que no hay nada tan valioso como la luz, y que el mundo sin ver: se te achica, se te vuelve oscuro.
Les cuento esto, porque creo que en el siglo XXI, estamos dando a luz generaciones y generaciones de hombres ciegos… pero esto, que es terrible, no es lo peor… Lo peor es cuando te acostumbrás a vivir en la oscuridad, a vivir sin ver y pensás que está bien, y te quedás cómodamente habitando la oscuridad. Repito: el gran peligro de la era contemporánea es que nos estamos acostumbrando a no ver, y hemos llegado a pensar que “está bien”, que “después de todo no es tan malo” vivir a oscuras. Este mundo, cada vez más, quiere convertirse en un “Teatro para Ciegos”. Es cierto, nos dan de comer, pero nos representan cualquier realidad, y la compramos, para seguir viviendo a oscuras, pensando que así debe ser.
Básicamente tres, diría yo, son las cegueras contemporáneas a las que nos hemos acostumbrado:
1) No ver al hermano. Vivir tan ensimismados, tan narcisista y egoístamente, que no tenemos ojos para reconocer en el otro (especialmente en el más necesitado) a un hermano.
2) No ver la realidad. Dejar que nos la disfracen, que nos la distorsionen de mil maneras y no hacer nada para salir de ello. Preferimos la ceguera cómoda y burguesa a la luz que compromete, que llama a hacer algo, que invita a encarnarse en la realidad y responder por ella.
3) No ver a Dios. Cada día más el mundo nos pide que callemos, que silenciemos, que ocultemos, que velemos a Dios. Así, Dios es reducido cada vez más a lo íntimo, a lo estrictamente personal. Muchos de nuestros hermanos ya están naciendo en una cultura que no tiene ojos para ver y reconocer a Dios presente en la historia, en el mundo, en nuestras vidas.
Jesús, en el Evangelio de hoy nos llama a recuperar la vista. Jesús no quiere vernos a oscuras, Jesús quiere devolvernos a la luz.
La invitación del Evangelio de hoy, entonces, es a abandonar la ceguera y ver. Abandonar la oscuridad y caminar hacia la luz. Y la luz es Cristo, que vino a devolverle la vista a los ciegos. Quiera Dios que este siglo XXI nos encuentre a los cristianos con los ojos bien abiertos, caminando en la luz del Evangelio.
Que así sea!