Jane Orifa Zadock decidió dejar su vida acomodada en un un piso de tres habitaciones en Nairobi para encargarse de criar a cientos de niños que vivían en la miseria. En su amor infinito, ahora todos la conocen como “Mamá Jane”.
Esta es la maravillosa historia de una mujer de 53 años, alta, delgada y de mirada alegre, que un día decidió dejar su cómoda vida en la capital de Kenia, sus dos autos y sus dos terrenos para vivir en una modesta choza, ofreciendo su amor y cuidado a niños que viven en la calle. No es que Zadock no fuera madre previamente: ella misma crió a siete hijos biológicos, que crecieron con ella en su casa de cemento, una estructura poco habitual en una región donde miles de personas viven hacinadas en casas de lata o cartón.
Apenas una calle larga y angosta separaba la aceptable clase media en la que habitaba Jane Orifa de la miseria en la que vivía el resto. Hasta que algo se movió en su rutina y se fijó en unos niños abandonados que, en la noche cerrada, se acercaban a pedir comida. Decidió adoptarlos, y desde entonces no se ha detenido. “Todos son hijos míos. Mi marido me dio siete pero Dios me ha entregado 125 más”, explica Jane, que decidió compartir su dicha con quienes más la necesitan, e incluso renunciar a su vida rica. “Mis hijos, los chicos y yo empezamos a compartir lo que teníamos, pero el dinero no era suficiente, el alquiler era caro. Cada vez tenía a más niños en casa y una de mis chicas mayores me propuso mudarnos a la villa miseria de Sinai, donde podíamos permitirnos tres habitaciones más grandes”, cuenta la mujer que no se arrepiente de su cambio de vida.
“Tuve que vender el coche de mi marido para que los chicos siguieran estudiando, y empecé a aceptar pequeñas labores en las fábricas de los alrededores. Luego puse en venta también mi coche y un terreno en Nairobi. Hace dos años me deshice de mi última propiedad”, cuenta Mamá Jane, entregada de cuerpo y alma a su causa. Erik, su hijo biológico mayor, la ayuda a organizar y cuidar a los niños. El espacio será modesto, pero hay allí camas, habitaciones limpias y hasta un baño al que acudir en condiciones higiénicas aceptables, un verdadero lujo en la zona.
Mamá Jane recuerda a todos y cada uno de los chicos, y a algunos con especial cariño. “Me siento muy orgullosa de Kenneth Mburu. Solo tiene una bisabuela y de niño fue duramente torturado. Un día lo eché de casa por tratar mal a otros niños, me quedé muy decepcionada. Pero luego él me mandó una carta pidiéndome perdón y lo recogí de nuevo. Fue a la escuela, acabó Secundaria y ahora un sponsor español le paga el college. Será presidente de Kenia”, afirma.
Entre sus “hijos” también está Sarah, una niña abusada por un tío a la que Jane rescató y que ahora crece felizmente a su lado. Mamá Jane hace todas las denuncias de niños abandonados, pero hasta que sus familias aparezcan, ella les da hogar, comida y amor. “A veces me envidian porque llevo a los niños mejor vestidos y alimentados que otras familias, pero cuando tienen problemas acuden a mí e intento ayudarles”, dice la mujer que es un ejemplo de esperanza en la comunidad. “Prefiero compartir lo poco que tengamos y dar de comer a todos. Nunca me arrepentiré”, asegura.
Gracias a Clara Garcias, una joven española que se cruzó en su vida, ahora Mamá Jane recibe apoyo económico desde España. Clara decidió involucrarse y sumar esfuerzos junto a esta mujer valiente, sentando las bases para que la iniciativa fuera sostenible y creando el Mamá Jane Project Asociation. Luego apareció la ONG madrileña Aztívate, que se encarga de suministrar los alimentos y ha profesionalizado las ayudas. “Gracias a ellos hemos conseguido dar una comida más al día a los niños, cuando yo llegué solo tenían un plato cada 24 horas”, cuenta la española.
“Espero que todos los chicos tengan éxito en la vida, que sean felices y salgan adelante espiritualmente”, dice Jane, de cara al futuro, que gracias a ella es más próspero.
Fuente: buendiario